Fátima la
condujo hacia los aposentos de su esposo. Juntas atravesaron varios salones en los
que estaban presentes algunos hombres, así que ambas se pusieron el
velo para ocultar su rostro. Algunos miraron a Margarita con curiosidad y
algo más que no consiguió descifrar. En realidad aquellos hombres habían
apostado cuánto duraría esa nueva mujer especialmente traída por el
francés. Sin saberlo, Margarita era la comidilla no sólo de “La Fortalessa”,
sino de Salé la nueva y la otra orilla. Emile Marchant siempre llevaba
mercancías singulares al Diwan, aunque la mayor parte de las veces habían sido
mujeres exóticas para ellos, francesas, chinas, inglesas, nórdicas… la favorita de
todas ellas hasta ahora, había sido una joven de piel muy blanca, como
su primera esposa, y pelo de fuego. Pasó tres noches con Al- Andalusí, y
cuando este se cansó de ella la desterró a la región del Sahara, donde ya nadie
más supo de ella. También era una de “las afortunadas” pues le había
perdonado la vida. Sin embargo ahora, los hombres veían a una mujer
hermosa pero
no tan diferente a ellos mismos y a sus mujeres. Sin lugar a dudas, ella
también tenía sangre morisca. ¿Qué podía haber de especial en aquella
hembra?
Fátima se
detuvo delante de la puerta en la que aquel demonio la esperaba. Pidió a
Margarita que la aguardase. Entró en la sala y habló con aquel hombre algunas
palabras que Margarita no pudo entender. Luego volvió a salir. Se levantó el
velo cuando ningún hombre podía verlas y la besó varias veces en las mejillas.
- Recuerda lo
que te dije la primera noche. Mi esposo ha conocido mujeres más bellas que
tú, nada de lo que vea podrá impresionarle ya.- La miró con compasión, con
la misma pena con la que habría mirado a un animal que va a ser
sacrificado y se fue colocándose de nuevo el velo hasta desaparecer de su vista.
- ¡Mujer,
entra!- exigió una voz, profunda y grave desde el interior.
Margarita
obedeció, no podía hacer otra cosa. Caminó lentamente hacia aquella bestia
que la esperaba semitumbado en un diván repleto de cojines bordados con
hilos de rica calidad. No podía apreciar bien todos los detalles por el velo
que la cubría, pero podía ver que Al- Andalusí era un hombre de gran
envergadura, bien formado, moreno de piel y pelo y ojos muy oscuros. Parecía un
hombre realmente apuesto.
- Retírate el
velo y acércate mujer- le dijo con aquella voz tan grave.
A medida que
Margarita se acercaba al Diwán, pudo constatar la primera impresión que
había tenido. Era un hombre impresionantemente guapo. Tenía el pelo largo,
recogido en una cola y el rostro muy masculino, adornado con una incipiente
barba. Llevaba una túnica color verde aguamarina embellecida con espirales doradas.
Aquel hombre parecía la encarnación de un príncipe de cuento. No
debía tener más de treinta años. ¿De verdad era un asesino? A su lado Margarita
se sentía pequeña y simple. Ahora entendía a Fátima, pues por supuesto su
belleza no podría impresionar a un hombre así.
- Me han
hablado mucho de ti, mujer. ¿Cuál es tu nombre?- le preguntó mientras
continuaba tumbado saboreando un dátil que tomó de un cuenco cercano.
- Me llamo
Margarita y soy una mujer libre.- respondió Margarita súbitamente envalentonada
por la imagen de aquel hombre.
Al-Andalusí se
levantó y se acercó a ella.
La rodeó, como tantas otras personas
habían hecho desde que había llegado a aquel lugar. La superaba en altura casi
tanto como Gonzalo. Sintió un escalofrío cuando el hombre retiró el pelo de su
rostro enroscándolo entre sus dedos. La miró muy de cerca, hasta hacerla
sentir incómoda. La belleza de aquel hombre la distraía, pero podía percibir
algo siniestro en él. De repente volvió a sentir miedo. Quizá eso es lo que
hacía tan peligroso al Diwan. Era un encantador de serpientes, su voz, su
cuerpo, sus ojos causaban admiración, y cuando menos podías esperarlo,
atacaba sin compasión.
- Eres
valiente… Y tienes coraje, puedo sentirlo. Sé que intentaste huir la primera noche
que estuviste aquí. También se que mataste a un hombre en España, cuando
Emile te tenía cautiva.
Con una mano la tomó por las muñecas,
mientas con la otra seguía sujetando su pelo. Margarita se
vio obligada a torcer el cuello, mientras sentía el aliento de aquel hombre
subir desde su clavícula hasta el lóbulo de su oreja. Ahora parecía
dispuesto a desnudarla, y ella no podía hacer nada, la tenía dominada.
Parecía que ya no habría vuelta atrás, ese hombre iba a tomarla como la
esclava que era y después se desharía de ella como había hecho con el resto.
- ¿Qué puedo
hacer…? No…no puedo parar esto- pensó desesperada e impotente.
De repente el
hombre se detuvo, y con un súbito ademán de desagrado, la empujó
fuertemente contra el suelo. Margarita se golpeó la cabeza bruscamente
contra la dura pata de madera del diván. Sintió la sangre correrle por
el rostro. Cuando Margarita se recuperó del impacto, volvió su rostro hacia
él. Al- Andalusí, se llevaba las manos a la cabeza. Parecía un loco, estaba
cegado por la cólera.
- ¿Qué he
hecho?- pensó Margarita… ¿qué?...ni siquiera me he resistido…
La cuestión no
era qué había hecho ella, sino qué no podía hacer él. Aquel morisco
granadino había sido capado, amputado en su hombría, antes de ser expulsado de
su tierra. Le perdonaron la vida pero a aquellos torturadores les pareció
divertido estigmatizarlo anulando su virilidad y tal como ellos dijeron “castrar al
gallo del corral” para que no pudiera traer al mundo más escoria morisca.
Al-Andalusí, no podía satisfacerse a sí mismo, ya no sentía nada. La frustración y
la impotencia que sentía era tal que se había vuelto loco, había enfermado
desarrollando una misoginia exacerbada. Ninguna mujer lograría complacerle
jamás, ninguna mujer traída desde los confines del mundo había podido volver
a hacerle sentir como un hombre. Por eso se deshacía de ellas, porque eran el
reflejo de su impotencia, de su fracaso como macho. No podía permitir que
ninguna de ellas volviera a mirarlo a la cara.
- ¿Es que no
sabes hacer nada más que quedarte ahí tirada llorando como una niña?- le dijo
con intenso odio y animadversión.- ¡Qué poco me has durado! La que
menos…diría yo. No vales nada, no eres nada, sólo una sucia nazarena….No
quiero volver a verte… ¡Fuera de mi vista! –Bramó como una bestia.
Margarita sabía
lo que podría esperarle fuera de aquella sala. No iba a hacerlo con sus
propias manos, pero se desharía de ella. Podía verlo en sus ojos. Tenía que hacer
algo, tenía que pensar…Debía llamar la atención de aquel hombre de alguna
manera…
- El Águila
Roja vendrá a rescatarme- Lo dijo sin más, en voz alta y clara, tumbada en el
suelo sangrando como estaba y a punto de desmayarse. No sabía si había sido
un deseo expresado en voz alta o producto del ansia que sentía por llamar la
atención.
Al – Andalusí,
que ya se había dado la vuelta y parecía dispuesto a desaparecer de
la sala, se volvió hacia ella y la miró largamente, inquietado por lo que
aquella mujer había dicho.
- ¿Y quién es
ese hombre, mujer?....- Margarita lo vio acercarse poco a poco, mientras
luchaba por no perder el sentido. Debía aprovechar esa oportunidad… debía
permanecer viva.