Capítulo 34 (Continuación)


      Fátima la condujo hacia los aposentos de su esposo. Juntas atravesaron varios salones en los que estaban presentes algunos hombres, así que ambas se pusieron el velo para ocultar su rostro. Algunos miraron a Margarita con curiosidad y algo más que no consiguió descifrar. En realidad aquellos hombres habían apostado cuánto duraría esa nueva mujer especialmente traída por el francés. Sin saberlo, Margarita era la comidilla no sólo de “La Fortalessa”, sino de Salé la nueva y la otra orilla. Emile Marchant siempre llevaba mercancías singulares al Diwan, aunque la mayor parte de las veces habían sido mujeres exóticas para ellos, francesas, chinas, inglesas, nórdicas… la favorita de todas ellas hasta ahora, había sido una joven de piel muy blanca, como su primera esposa, y pelo de fuego. Pasó tres noches con Al- Andalusí, y cuando este se cansó de ella la desterró a la región del Sahara, donde ya nadie más supo de ella. También era una de “las afortunadas” pues le había perdonado la vida. Sin embargo ahora, los hombres veían a una mujer
hermosa pero no tan diferente a ellos mismos y a sus mujeres. Sin lugar a dudas, ella también tenía sangre morisca. ¿Qué podía haber de especial en aquella hembra?


     Fátima se detuvo delante de la puerta en la que aquel demonio la esperaba. Pidió a Margarita que la aguardase. Entró en la sala y habló con aquel hombre algunas palabras que Margarita no pudo entender. Luego volvió a salir. Se levantó el velo cuando ningún hombre podía verlas y la besó varias veces en las mejillas.

- Recuerda lo que te dije la primera noche. Mi esposo ha conocido mujeres más bellas que tú, nada de lo que vea podrá impresionarle ya.- La miró con compasión, con la misma pena con la que habría mirado a un animal que va a ser sacrificado y se fue colocándose de nuevo el velo hasta desaparecer de su vista.

- ¡Mujer, entra!- exigió una voz, profunda y grave desde el interior.
Margarita obedeció, no podía hacer otra cosa. Caminó lentamente hacia aquella bestia que la esperaba semitumbado en un diván repleto de cojines bordados con hilos de rica calidad. No podía apreciar bien todos los detalles por el velo que la cubría, pero podía ver que Al- Andalusí era un hombre de gran envergadura, bien formado, moreno de piel y pelo y ojos muy oscuros. Parecía un hombre realmente apuesto.

- Retírate el velo y acércate mujer- le dijo con aquella voz tan grave.
   A medida que Margarita se acercaba al Diwán, pudo constatar la primera impresión que había tenido. Era un hombre impresionantemente guapo. Tenía el pelo largo, recogido en una cola y el rostro muy masculino, adornado con una incipiente barba. Llevaba una túnica color verde aguamarina embellecida con espirales doradas. Aquel hombre parecía la encarnación de un príncipe de cuento. No debía tener más de treinta años. ¿De verdad era un asesino? A su lado Margarita se sentía pequeña y simple. Ahora entendía a Fátima, pues por supuesto su belleza no podría impresionar a un hombre así.

- Me han hablado mucho de ti, mujer. ¿Cuál es tu nombre?- le preguntó mientras continuaba tumbado saboreando un dátil que tomó de un cuenco cercano.
- Me llamo Margarita y soy una mujer libre.- respondió Margarita súbitamente envalentonada por la imagen de aquel hombre.

    Al-Andalusí se levantó y se acercó a ella. 


La rodeó, como tantas otras personas habían hecho desde que había llegado a aquel lugar. La superaba en altura casi tanto como Gonzalo. Sintió un escalofrío cuando el hombre retiró el pelo de su rostro enroscándolo entre sus dedos. La miró muy de cerca, hasta hacerla sentir incómoda. La belleza de aquel hombre la distraía, pero podía percibir algo siniestro en él. De repente volvió a sentir miedo. Quizá eso es lo que hacía tan peligroso al Diwan. Era un encantador de serpientes, su voz, su cuerpo, sus ojos causaban admiración, y cuando menos podías esperarlo, atacaba sin compasión.

- Eres valiente… Y tienes coraje, puedo sentirlo. Sé que intentaste huir la primera noche que estuviste aquí. También se que mataste a un hombre en España, cuando Emile te tenía cautiva.
   Con una mano la tomó por las muñecas, mientas con la otra seguía sujetando su pelo. Margarita se vio obligada a torcer el cuello, mientras sentía el aliento de aquel hombre subir desde su clavícula hasta el lóbulo de su oreja. Ahora parecía dispuesto a desnudarla, y ella no podía hacer nada, la tenía dominada. Parecía que ya no habría vuelta atrás, ese hombre iba a tomarla como la esclava que era y después se desharía de ella como había hecho con el resto.
- ¿Qué puedo hacer…? No…no puedo parar esto- pensó desesperada e impotente.
     De repente el hombre se detuvo, y con un súbito ademán de desagrado, la empujó fuertemente contra el suelo. Margarita se golpeó la cabeza bruscamente contra la dura pata de madera del diván. Sintió la sangre correrle por el rostro. Cuando Margarita se recuperó del impacto, volvió su rostro hacia él. Al- Andalusí, se llevaba las manos a la cabeza. Parecía un loco, estaba cegado por la cólera.
- ¿Qué he hecho?- pensó Margarita… ¿qué?...ni siquiera me he resistido…
     La cuestión no era qué había hecho ella, sino qué no podía hacer él. Aquel morisco granadino había sido capado, amputado en su hombría, antes de ser expulsado de su tierra. Le perdonaron la vida pero a aquellos torturadores les pareció divertido estigmatizarlo anulando su virilidad y tal como ellos dijeron “castrar al gallo del corral” para que no pudiera traer al mundo más escoria morisca. Al-Andalusí, no podía satisfacerse a sí mismo, ya no sentía nada. La frustración y la impotencia que sentía era tal que se había vuelto loco, había enfermado desarrollando una misoginia exacerbada. Ninguna mujer lograría complacerle jamás, ninguna mujer traída desde los confines del mundo había podido volver a hacerle sentir como un hombre. Por eso se deshacía de ellas, porque eran el reflejo de su impotencia, de su fracaso como macho. No podía permitir que ninguna de ellas volviera a mirarlo a la cara.


- ¿Es que no sabes hacer nada más que quedarte ahí tirada llorando como una niña?- le dijo con intenso odio y animadversión.- ¡Qué poco me has durado! La que menos…diría yo. No vales nada, no eres nada, sólo una sucia nazarena….No quiero volver a verte… ¡Fuera de mi vista! –Bramó como una bestia.
      Margarita sabía lo que podría esperarle fuera de aquella sala. No iba a hacerlo con sus propias manos, pero se desharía de ella. Podía verlo en sus ojos. Tenía que hacer algo, tenía que pensar…Debía llamar la atención de aquel hombre de alguna manera…
- El Águila Roja vendrá a rescatarme- Lo dijo sin más, en voz alta y clara, tumbada en el suelo sangrando como estaba y a punto de desmayarse. No sabía si había sido un deseo expresado en voz alta o producto del ansia que sentía por llamar la atención.
    Al – Andalusí, que ya se había dado la vuelta y parecía dispuesto a desaparecer de la sala, se volvió hacia ella y la miró largamente, inquietado por lo que aquella mujer había dicho.
- ¿Y quién es ese hombre, mujer?....- Margarita lo vio acercarse poco a poco, mientras luchaba por no perder el sentido. Debía aprovechar esa oportunidad… debía permanecer viva.