Gonzalo estaba fuera de sí, atacado por intensos sentimientos contradictorios.
Por un lado, la cólera le corroía, sólo pensar en cómo Margarita había vuelto a
comportarse de forma tan incauta le quemaba las entrañas. Por otro, estaba
loco de deseo por ella. Jamás había sentido una pasión tan arrolladora. En
cualquier momento toda su contención podría estallar sin remedio, pero hizo
un esfuerzo por extraer de sí mismo la poca fortaleza que le quedaba e
intentó con toda su voluntad contenerse, para no hacer algo de lo que podría
llegar a arrepentirse. No debía olvidar que en ese momento era el Águila.
¿Acaso deseaba convertirse en su peor enemigo? Deseaba volver a conquistar a
Margarita como Gonzalo, ganarla día a día, demostrarle que la amaba con
toda su alma. Temía lo que podría llegar a ocurrir si lograba conquistarla, la
repercusión de su doble vida…¿cómo le explicaría sus ausencias? Quería hacer
las cosas bien y la cercanía del águila no le ayudaba. El héroe debía
distanciarse de ella.
Margarita, envuelta en su capa no paraba de pedirle que la soltara, pero él la
llevó hasta su alcoba, que poseía una ventana con fácil acceso al tejado. La
tumbó en la cama, y rápidamente dio marcha atrás, acomodándose en una
esquina de la habitación. Así, alejado de ella, podría pensar con más
lucidez .Pero Margarita, aún un poco mareada, se levantó y en vano intentó
verle entre la penumbra de su habitación.
Margarita sintió como el enmascarado se alejaba de ella, pero sabía que
seguía allí aunque no pudiese verlo.
Al no obtener respuesta se levantó de la cama, y lo buscó a tientas por la
habitación.
-Sé que estás ahí, águila, por favor dime algo.- el tono de su voz se volvió
suplicante, y él corazón de él empezó a latir desbocado.
El águila seguía sin articular palabra. Sería tan evidente para ella lo que él
estaba sintiendo, si su voz llenara el espacio que les albergaba… Por eso, se
quedó parado donde estaba, hierático y con los músculos en tensión. En
cualquier momento ella daría con él, lo cual temía y anhelaba al mismo
tiempo. Su voluntad comenzaba a flaquear, podía sentirlo, el corazón seguía
bombeando sangre a toda velocidad y los latidos se hicieron más vibrantes y
sonoros. Era un milagro que Margarita no se diera cuenta. Su respiración se
agitaba, le faltaba el aire. Deseó estar más cerca de la ventana para poder
sentir el aire fresco, bajarse el embozo y aspirarlo profundamente.
Margarita avanzó y a tientas palpaba el ambiente, hasta que tocó su pecho. Lo
sintió agitado, podía notarlo. Su torax subía y bajaba elevándose de forma
perfecta.. Poco a poco deslizó sus manos vacilantes por su torso, resguardado
por su chaleco de cuero rojo. Lo sintió duro, y suave, tal como lo recordaba.
Margarita no dijo nada, pero podía escucharse el sonido de su respiración
entrecortada, un jadeo constante que a él le perturbó sobremanera, mientras
continuaba paralizado, expectante, intentando reducir al volcán que en
cualquier momento explotaría, desarmándolo definitivamente. Imposible
predecir las consecuencias.
Margarita, subió tímidamente sus manos
acariciando de nuevo el cuero de su chaleco, y llegó hasta un pequeño hueco
en el que pudo sentir el tacto de su camisa negra. No deseaba nada más que
explorar cada centímetro de ese hombre tan fuerte y poderoso. Estaban
totalmente a oscuras y ella siguió alzando sus manos hasta encontrarse a la
altura del embozo. Rozó su cara, por encima de la fina tela, que protegía su
identidad. Estudió sus facciones por encima del tejido. Lo sintió húmedo.
Estaban tan cerca el uno del otro, que sería imposible que el aire corriese
entre sus cuerpos. Gonzalo podía sentir el vaivén del pecho de ella en cada
respiración.
Margarita, avivada por el fuego que la incendiaba, retiró lentamente el
embozo y la capucha que le impedían llegar a su objetivo y siguió explorando
con sus suaves dedos su rostro, descubriendo así su sedosa barba, su largo
pelo….como el de Gonzalo…tantas veces había deseado sentir con él lo que
ahora experimentaba con este desconocido…
- Bésame- le dijo Margarita inesperadamente- por favor no puedo más
bésame.
Gonzalo perdió la razón y con un tremendo arrebato, la agarró de la nuca y la
besó apasionadamente. Un jadeo ronco, casi animal, salió de su garganta.
Fuera de control, luchó contra sus labios, para sentirla más de lo que nunca
soñó haberla sentido. Sus manos que instantes antes tomaban la melena
rizada de ella, empezaron a deslizarse por su espalda recorriendo
sinuosamente cada pliegue de la túnica de seda que la vestía...Ella a su vez,
luchó con el chaleco de él, intentando en vano sentir su duro torso, pero sus
dedos temblorosos se habían convertido en su peor rival. Él, infinitamente
más hábil que ella, desanudó su chaleco y los botones de su camisa, guiándola
hacia donde Margarita deseaba, dejando a su merced sus marcados músculos.
Con precaución se deshizo de sus armas, dejándolas caer sonoramente contra el suelo. Entonces, ella acercó los labios a su pecho llenándolo de lascivos besos, acariciando sus abdominales, su vientre plano y duro, jugando con su lengua hasta hacerle gemir de placer. Margarita disfrutó al ver como las defensas del héroe habían caído. Ahora lo tenía a su merced. ¿Quien lo iba a decir?…el águila roja, ese misterioso hombre, que tantas veces le había salvado y que tanto le recordaba a Gonzalo, estaba ahí mismo con ella, a punto de hacerla suya. Sus besos le recordaban tanto a él… No el ímpetu y la pasión, puesto que ella nunca había sentido algo así con Gonzalo. Su amor adolescente fue vivido más desde la inocencia y la ternura y jamás sintió algo como eso. Gonzalo siempre la respetó. Pero ahora había fuego, algo indefinido que jamás había experimentado la abrasaba hasta llegar a sentir dolor, tal era la tensión sexual que sentía en aquel momento. Gonzalo fuera de sí la tomó entre sus brazos y la tumbó en el lecho. Era su turno. Ella suspiró profundamente cuando se sintió tumbada en su propia cama, presa de aquel hombre, sin escapatoria. La oscuridad reinaba en el ambiente, ni siquiera la luna se había atrevido a destapar su rostro, quizá por miedo a romper aquel momento. La noche parecía ser espectadora silenciosa de aquel arrebato y tan sólo eran audibles sus respiraciones entrecortadas.
Volvió a besarla en los labios, sus lenguas parecían encontrarse en una lucha sin cuartel, parecían querer conquistar el espacio que ocupaban mutuamente. Por un momento él abandonó su boca para abordar su cuello, que mordisqueó suavemente acercándose peligrosamente a su escote. Mientras, ella adentró sus manos en su fuerte espalda, arañándole y hundiendo sus dedos en torno a su espina dorsal, a medida que él se aventuraba más en su cuerpo. Él exploraba con firmeza sus piernas, moviendo cadencialmente sus manos arriba y abajo. Tomó una de sus rodillas con una mano, mientras con la otra seguía enroscado en la larga melena de ella, besándola una y otra vez. Poco a poco, se deslizó por su muslo con destino a sus caderas…y no paró ahí, se dirigía sin vacilación a aquel lugar donde ya no habría marcha atrás. Era tan hermosa, tan deseable…y él la amaba. Imposible resistirse. Sólo deseaba amarla, sentirla pegada a su cuerpo. Necesitaba poseerla pues se sentía morir de placer y esa sería su única salvación. Nada existía para él en ese momento excepto ellos dos. No había lugar para la reflexión y los impulsos le controlaban al completo. Definitivamente había perdido la razón. Se sentía totalmente suyo. Le pertenecía, sin más. Se estaba entregando por completo.
Con precaución se deshizo de sus armas, dejándolas caer sonoramente contra el suelo. Entonces, ella acercó los labios a su pecho llenándolo de lascivos besos, acariciando sus abdominales, su vientre plano y duro, jugando con su lengua hasta hacerle gemir de placer. Margarita disfrutó al ver como las defensas del héroe habían caído. Ahora lo tenía a su merced. ¿Quien lo iba a decir?…el águila roja, ese misterioso hombre, que tantas veces le había salvado y que tanto le recordaba a Gonzalo, estaba ahí mismo con ella, a punto de hacerla suya. Sus besos le recordaban tanto a él… No el ímpetu y la pasión, puesto que ella nunca había sentido algo así con Gonzalo. Su amor adolescente fue vivido más desde la inocencia y la ternura y jamás sintió algo como eso. Gonzalo siempre la respetó. Pero ahora había fuego, algo indefinido que jamás había experimentado la abrasaba hasta llegar a sentir dolor, tal era la tensión sexual que sentía en aquel momento. Gonzalo fuera de sí la tomó entre sus brazos y la tumbó en el lecho. Era su turno. Ella suspiró profundamente cuando se sintió tumbada en su propia cama, presa de aquel hombre, sin escapatoria. La oscuridad reinaba en el ambiente, ni siquiera la luna se había atrevido a destapar su rostro, quizá por miedo a romper aquel momento. La noche parecía ser espectadora silenciosa de aquel arrebato y tan sólo eran audibles sus respiraciones entrecortadas.
Volvió a besarla en los labios, sus lenguas parecían encontrarse en una lucha sin cuartel, parecían querer conquistar el espacio que ocupaban mutuamente. Por un momento él abandonó su boca para abordar su cuello, que mordisqueó suavemente acercándose peligrosamente a su escote. Mientras, ella adentró sus manos en su fuerte espalda, arañándole y hundiendo sus dedos en torno a su espina dorsal, a medida que él se aventuraba más en su cuerpo. Él exploraba con firmeza sus piernas, moviendo cadencialmente sus manos arriba y abajo. Tomó una de sus rodillas con una mano, mientras con la otra seguía enroscado en la larga melena de ella, besándola una y otra vez. Poco a poco, se deslizó por su muslo con destino a sus caderas…y no paró ahí, se dirigía sin vacilación a aquel lugar donde ya no habría marcha atrás. Era tan hermosa, tan deseable…y él la amaba. Imposible resistirse. Sólo deseaba amarla, sentirla pegada a su cuerpo. Necesitaba poseerla pues se sentía morir de placer y esa sería su única salvación. Nada existía para él en ese momento excepto ellos dos. No había lugar para la reflexión y los impulsos le controlaban al completo. Definitivamente había perdido la razón. Se sentía totalmente suyo. Le pertenecía, sin más. Se estaba entregando por completo.
Mientras tanto Margarita deseaba que aquel hombre la hiciera suya para dejar
de sentir aquel dolor que sólo él podría calmar. Se sentía fuera de sí… jamás
había sentido tanta excitación, deseo y locura al mismo tiempo, pues estaba
percibiendo sensaciones desconocidas hasta ahora por su cuerpo….los olores,
el tacto, su piel contra su piel, las manos de aquel hombre aguerrido y sin
embargo tan delicadas y expertas en el arte del amor. Su sabor, el aliento que
exhalaba…
- Gonzalo… - dijo inconscientemente en un hondo suspiro.
Abruptamente él se separo…Todo fue tan rápido que ella no tuvo tiempo a
reaccionar. Tan pronto fue consciente del error cometido, él ya no estaba
allí…sólo sintió una fuerte corriente proveniente de la ventana y después el
vacío desolador. Se había ido.
Me encantan las ilustraciones Chey!!! Las dos primeras en particular son una pasada. De verdad que me tienes alucinadita.
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