Capítulo 19


     La plaza estaba repleta de gente. El clamor popular exigía la muerte de Blake. La Hoguera era un espectáculo desagradable y grotesco que siempre reunía a las masas, a pesar de que todos la temían como una de las peores torturas posibles. En esta ocasión, el reo se había ganado, avalado por numerosas leyendas, la abominación y el desprecio del pueblo, razón por la cual el águila sabía que no apoyarían el rescate del pirata, lo cual convertía aquella misión en una de las más peligrosas y comprometidas situaciones a las que se había enfrentado. 
     Todos esperaban la llegada de los nobles y su comitiva, que ocuparían sus privilegiados puestos. Satur se ocultaba entre el público esperando a que su amo diese la señal, paseando a un lado y a otro entre los pequeños huecos que dejaba la gente entre sí. Algo le decía que esta vez no saldría bien. La gente estaba muy exaltada y temía por la seguridad del águila. Sabía que no podría correr para detonar las bombas de humo, así que se le ocurrió repartir algunas a varios niños que se encontraban entre la multitud. Se acercaba a ellos uno por uno y les explicaba que eran unos petardos especiales para celebrar la muerte de Blake.


- Cuando escuches el mío, lanza el tuyo fuertemente al suelo, recuerda hacerlo en ese momento ¿vale?
     Satur fue niño por niño en distintas localizaciones de la plaza explicando cómo debían hacerlo y cuidando de que sus padres no se diesen cuenta de lo que estaba pasando. Sabía que se estaba arriesgando mucho, pero no se le ocurría otro modo de hacerlo.
  Mientras tanto el comisario, se había adelantado con algunos de sus guardias que ya se encontraban en la plaza. Algo en aquella mujer que había comentado Nuño no le gustaba, pues una fuerte intuición le decía que debía asegurarse de la identidad de aquella desconocida.
- Pedro- Exclamó en voz alta el comisario- vigila la plaza, estaré aquí en un par de minutos.
- Comisario- respondió el oficial- la ejecución comenzará en cualquier momento.
- Asume mis funciones, oficial, hay algo que debo comprobar.
- ¿Necesitará cobertura?- preguntó Pedro.
- No, quiero pasar desapercibido.
- A sus órdenes Comisario.

    Hernán tomó un atajo por “cuchilleros” para llegar a la casa del maestro. Deseaba fervientemente que esa mujer estuviese allí, pues no sólo sería una prueba irrefutable de la relación de Gonzalo con el Águila Roja, sino que, dar refugio a una presa huída de la justicia sería suficiente para ajusticiarlo a él también. El silencio y abandono del barrio de San Felipe era abrumador y tan sólo se escuchaban los distantes ecos del vocerío de la gente en la plaza.
    Decidió no entrar en la casa por la puerta principal, sino por el Establo. Puso en calma a los caballos y procedió a entrar en el lugar. Parecía desierta. Todo estaba oscuro. Ya se sentía defraudado por el fracaso de aquella incursión, cuando escuchó un sutil crujido proveniente del interior. Una sonrisa triunfante comenzó a formarse en su rostro y se adentró en aquel hogar ajeno.
     Mariana luchaba en vano consigo misma para no ceder a su impulso de ir hacia aquel lugar donde en cualquier momento torturarían a su esposo. Podía escuchar distantes aullidos que resonaban en su cabeza como un aturdidor estruendo. Pero Gonzalo le había pedido que no saliese de allí, que confiara en él, y eso es lo que estaba haciendo. 

De forma inesperada, sintió un ruido en la solitaria casa que la puso rápidamente en guardia. No era una mujer común y había aprendido a vivir con sus sentidos a pleno rendimiento. Con suma atención y cuidado, se descalzó para no hacer ruido y salió de la habitación intentando no evidenciar su posición. Pudo sentir, más que ver una sombra moverse con sigilo y el leve tintineo de las espuelas de sus botas. Debía huir de allí. Salió de la casa de Gonzalo por la puerta trasera que comunicaba con la cocina y corrió todo lo que sus pies descalzos le permitieron, esta vez sí, con destino a la plaza.

     Mientras tanto, Margarita se aventuraba a entrar en la plaza junto con Martín. Catalina había seguido su camino hasta su casa, donde la esperaban su hijo y Alonso, que tenían prohibido terminantemente acercarse a la ejecución.
     Martín dijo a su tía que necesitaba hablar con un amigo y se despidió de ella con mucho cariño. A Margarita le resultó extraña tanta muestra de afecto momentáneo, pues cualquiera diría que no volverían a verse. Por su parte, tenía una clara motivación para presenciar aquel devastador espectáculo; volver a ver al águila. No sabía si salvaría a aquel desgraciado, pues el pirata Richard Blake tenía mala fama, y no era precisamente un hombre inocente, por lo que se contaba en la villa y en palacio. Pero si de algo estaba segura es de que no toleraba los abusos de poder y la tortura de los ciudadanos, por lo que posiblemente aparecería.

    Se apretó contra la gente mirando incesantemente a los tejados.

-¿Dónde estás?- pensó Margarita- vamos muéstrate- Aunque podría ser peligroso…. hay tantos guardias controlando cada posición de la plaza que...
   Comenzó a temer por él, una sensación de angustia y preocupación la dominó. ¿Y si resultara herido?, o peor aún ¿y si lo mataban? La gente comenzó a chillar descontrolada, vociferando palabras malsonantes hasta desgañitarse. Se puso de puntillas y pudo ver cómo varios guardias llevaban amordazado al pirata, camino de la hoguera. Por eso la gente estaba fuera de sí. Se acercaba el momento.

-¡¡Sucio perro, muere!!- bramó un hombre de entre la multitud
- Bastardo!! más arderás en el infierno- dijo otro.

    La muchedumbre estaba enardecida, aumentando los silbidos y abucheos. A la izquierda de la plataforma, pudo ver como Irene que instantes antes estaba sentada en las gradas, abandonaba el lugar, probablemente repugnada por lo que estaba a punto de ocurrir. Era una chica muy sensible que no encajaba en el entorno de Lucrecia. Hacía bien en marcharse. El verdugo terminó de ajustar las cuerdas del reo al poste, y cuando estuvo seguro de que sería imposible una escapatoria, se retiró para dar paso a la acusación. Comenzaron a leer los crímenes por los que aquel pirata había sido juzgado a pena de muerte. Era una larga lista de evasiones a la justicia, secuestro de buques armados y de mercancías, asesinatos y un largo repertorio de delitos que parecían no acabar nunca. 


     Entonces Margarita lo vio. Su figura se perfilaba en el tejado, levemente iluminada por la luz de la luna. Sólo podría haber sido visible para unos ojos que lo buscaran como ella lo estaba haciendo.
En ese instante, el verdugo ponía sobre la cabeza de Blake una corona de paja untada de azufre y se disponía a tomar la antorcha de fuego que prendería la hoguera. Margarita esperaba y temía al mismo tiempo el momento en el que el águila entrara en acción, lo cual no tardó en producirse. El enmascarado permaneció absolutamente inmóvil durante un segundo que para ella se volvió eterno, lanzó una flecha con su ballesta y atravesó el pecho del verdugo, que cayó aniquilado inmediatamente. Lo que pasó después causó el caos entre la turba. Diversas explosiones provocaron una descomunal nube de humo que cargó el ambiente, cegando a la muchedumbre de tal forma, que ya no podría ver lo que sucedía en aquella tarima de ejecución. Margarita no podía ver nada y se sentía empujada y golpeada sin poder defenderse. La marea humana la estaba absorbiendo, pero aún podía escuchar algo de lo que estaba pasando allí arriba, envuelta en constantes gritos de espanto.

- ¡¡Es el águila roja!!
- ¡¡Atacadle cobardes!!- ordenó uno de los guardias.

     El chasquido tenaz e insistente de las espadas al encontrarse, se unió al concierto de aullidos de hombres y mujeres que comenzaban a crear una avalancha humana, desesperados como estaban por salir de allí como fuese.
     Entonces ocurrió algo que la dejó sin respiración. Alguien apretaba un paño humedecido con un líquido que tenía un olor intenso contra su nariz y boca. Se sintió mareada, todo le daba vueltas. También notó que la agarraban, arrastrándola fuera de aquella multitud enardecida, mientras perdía el control de sus sentidos dejándola totalmente incapacitada. El sonido que producía aquel escándalo se apagó, la oscuridad la invadió y ya no sintió nada más.

     Apenas un minuto antes de que todo se volviese humo, el águila observaba atentamente cada detalle de lo que ocurría en aquella plaza y particularmente en la tarima de ejecución. Como siempre, trazó un plan de acción. Le gustaba tenerlo todo bajo control, aunque sabía que debía estar preparado para la improvisación. Calculó la posición de cada uno de los guardias, uno por uno, así como del verdugo. Aquellos oficiales que se encontraban más distantes no le preocupaban, pues sabía que si todo salía bien, no tendrían tiempo para llegar al combate. Sin embargo, había algo que le inquietaba y le hacía vacilar ¿Dónde estaba el comisario? Lo había visto salir de la plaza y dirigirse hacia “cuchilleros” hacía más de diez minutos, y aún no había vuelto. No le gustaba la idea de lanzarse al vacío sin saber qué había ocurrido con su hermano. Era consciente de que aquella misión podía fallar si dejaba a la deriva una sola de sus cartas. Pero ya no había tiempo, si no actuaba inmediatamente, el verdugo acabaría con la vida de su amigo Richard. Apuntó con la ballesta hacia el pecho de aquel monstruo y sin pensar ni una milésima de segundo más, disparó.
    Aquel disparo era la señal que había dado a Satur para activar las bombas de humo. Tampoco era una idea que le agradara, pues sabía que podía desencadenar una avalancha humana, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. A partir de ese momento, todo lo que pasó transcurrió a un ritmo frenético. Saltó del tejado y aterrizó muy cerca de Richard. Pronto se vio asediado por los cuatro guardias que custodiaban cada esquina de la tribuna. No dudó ni un instante lo que debía hacer, puesto que lo había previsto instantes antes mientras lo planeaba todo. Lanzó dos shurinkens a dos de ellos, y extrajo velozmente la katana de su funda. Sus movimientos eran hipnóticos y los guardias le temían. Su posición de combate era imponente y su mirada aterradora. Ninguno de los dos se atrevía a atacarle, pero se vieron impulsados por un tercero que les ordenó hacerlo.
-¡¡Atacadle cobardes!!-
      Los guardias trabajaron en equipo para vencerle, pero no luchaban contra cualquier hombre. El águila estaba entrenado para luchar contra diez hombres y aún así ser capaz de controlar la situación. No era fácil, pero poseía todas las cualidades necesarias para llevarlo a cabo. Un sólo hombre más en aquella ecuación y su vida habría comenzado a correr peligro. Ahora eran únicamente dos y estaban sobrecogidos. Le bastó con un sutil y ágil movimiento de muñeca, para invalidarlos. Uno más y llegaría a Richard. Se enfrentaba a Pedro, el lugarteniente del comisario. Era un joven valiente y arrojado, al que se había enfrentado ya en más de una ocasión. Luchaba bien y no se lo puso tan fácil como sus compañeros, resistió más que ellos, pero finalmente se deshizo de él con una patada certera en el pecho que lo lanzó fuera de la plataforma.

      No perdió el tiempo y se apresuró a desatar a su amigo. Richard lo miraba con cara de asombro.
- Gonzalo…¡¡eres tú!!- susurró.
- No tenemos tiempo Richard, tenemos que salir de aquí.- Terminó de desatarlo, y le dejó libre.


- ¡¡Mariana!!- exclamó el pirata fuera de sí. Miraba a la espalda del águila.
- No puede ser- pensó Gonzalo- Ella está aquí.
     Dio media vuelta consciente de que aquel podría ser su último movimiento.
- Se acabó la fiesta- habló el comisario, mientras sujetaba a Mariana por su espalda sosteniendo su cuello con una afilada daga y empuñando con su otra mano la pistola que siempre llevaba consigo- Hoy es mi día de suerte, continuó diciendo el comisario, voy a matar dos pájaros de un tiro, la cuestión es ¿a quién de los dos elegiré? Al pirata o al águila roja.
- Te quiero- dijeron sus dos amigos a la vez.
    El comisario cortó sin miramientos el cuello de Mariana que comenzó a escupir sangre sin contención. Acto seguido soltó a la mujer ya muerta y disparó una bala. Todo ocurrió muy rápido, y sin embargo Gonzalo fue consciente de cada movimiento. La bala iba directa a él, esta vez no había escapatoria, era su final.
      Súbitamente Richard se interpuso entre su cuerpo y el proyectil cayendo muerto en el acto. Su amigo había vuelto a salvarle la vida y ahora ya no podría saldar su deuda.
    El comisario le miró frustrado desde su posición. Parecía envuelto en un aura de odio y se manifestaba dispuesto a luchar contra él.

- ¡¡Amooo!!- Satur le llamó desde uno de los callejones cercanos a la plataforma. Su fiel escudero temía por él y lo llamaba desesperado.
- No puedo matar a mi hermano- pensó encolerizado.
    Su única opción entonces era la huída. Se arrojó de la plataforma y desapareció de aquel escenario de terror.

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