La plaza
estaba repleta de gente. El clamor popular exigía la muerte de Blake. La Hoguera era un espectáculo
desagradable y grotesco que siempre reunía a las
masas, a pesar de que todos la temían como una de las peores torturas
posibles. En esta ocasión, el reo se había ganado, avalado por numerosas
leyendas, la abominación y el desprecio del pueblo, razón por la cual el águila
sabía que no apoyarían el rescate del pirata, lo cual convertía aquella misión
en una de las más peligrosas y comprometidas situaciones a las que se había
enfrentado.
Todos esperaban la llegada de los nobles y su comitiva, que
ocuparían sus privilegiados puestos. Satur se ocultaba entre el público esperando
a que su amo diese la señal, paseando a un lado y a otro entre los
pequeños huecos que dejaba la gente entre sí. Algo le decía que esta vez no
saldría bien. La gente estaba muy exaltada y temía por la seguridad del
águila. Sabía que no podría correr para detonar las bombas de humo, así que
se le ocurrió repartir algunas a varios niños que se encontraban entre la
multitud. Se acercaba a ellos uno por uno y les explicaba que eran unos petardos
especiales para celebrar la muerte de Blake.
- Cuando escuches
el mío, lanza el tuyo fuertemente al suelo, recuerda hacerlo en ese
momento ¿vale?
Satur fue niño por niño en distintas localizaciones
de la plaza explicando cómo debían hacerlo y cuidando de que sus padres no
se diesen cuenta de lo que estaba pasando. Sabía que se estaba arriesgando
mucho, pero no se le ocurría otro modo de hacerlo.
Mientras tanto
el comisario, se había adelantado con algunos de sus guardias que ya se
encontraban en la plaza. Algo en aquella mujer que había comentado Nuño
no le gustaba, pues una fuerte intuición le decía que debía asegurarse de
la identidad de aquella desconocida.
- Pedro-
Exclamó en voz alta el comisario- vigila la plaza, estaré aquí en un par de
minutos.
- Comisario-
respondió el oficial- la ejecución comenzará en cualquier momento.
- Asume mis
funciones, oficial, hay algo que debo comprobar.
- ¿Necesitará
cobertura?- preguntó Pedro.
- No, quiero
pasar desapercibido.
- A sus
órdenes Comisario.
Hernán tomó un
atajo por “cuchilleros” para llegar a la casa del maestro. Deseaba
fervientemente que esa mujer estuviese allí, pues no sólo sería una prueba
irrefutable de la relación de Gonzalo con el Águila Roja, sino que, dar refugio a una
presa huída de la justicia sería suficiente para ajusticiarlo a él también. El
silencio y abandono del barrio de San Felipe era abrumador y tan sólo se
escuchaban los distantes ecos del vocerío de la gente en la plaza.
Decidió no
entrar en la casa por la puerta principal, sino por el Establo. Puso en calma a los
caballos y procedió a entrar en el lugar. Parecía desierta. Todo estaba oscuro.
Ya se sentía defraudado por el fracaso de aquella incursión, cuando escuchó
un sutil crujido proveniente del interior. Una sonrisa triunfante
comenzó a formarse en su rostro y se adentró en aquel hogar ajeno.
Mariana
luchaba en vano consigo misma para no ceder a su impulso de ir hacia aquel lugar
donde en cualquier momento torturarían a su esposo. Podía escuchar
distantes aullidos que resonaban en su cabeza como un aturdidor estruendo.
Pero Gonzalo le había pedido que no saliese de allí, que confiara en él, y eso
es lo que estaba haciendo.
De forma inesperada, sintió un ruido en la
solitaria casa que la puso rápidamente en guardia. No era una mujer común y había
aprendido a vivir con sus sentidos a pleno rendimiento. Con suma atención
y cuidado, se descalzó para no hacer ruido y salió de la habitación
intentando no evidenciar su posición. Pudo sentir, más que ver una sombra moverse
con sigilo y el leve tintineo de las espuelas de sus botas. Debía huir de
allí. Salió de la casa de Gonzalo por la puerta trasera que comunicaba con
la cocina y corrió todo lo que sus pies descalzos le permitieron,
esta vez sí, con destino a la plaza.
Mientras
tanto, Margarita se aventuraba a entrar en la plaza junto con Martín. Catalina había
seguido su camino hasta su casa, donde la esperaban su hijo y Alonso, que
tenían prohibido terminantemente acercarse a la ejecución.
Martín dijo a
su tía que necesitaba hablar con un amigo y se despidió de ella con mucho
cariño. A Margarita le resultó extraña tanta muestra de afecto momentáneo,
pues cualquiera diría que no volverían a verse. Por su parte, tenía una
clara motivación para presenciar aquel devastador espectáculo; volver a ver
al águila. No sabía si salvaría a aquel desgraciado, pues el pirata Richard Blake
tenía mala fama, y no era precisamente un hombre inocente, por lo que se
contaba en la villa y en palacio. Pero si de algo estaba segura es de que no
toleraba los abusos de poder y la tortura de los ciudadanos, por lo que
posiblemente aparecería.
Se apretó
contra la gente mirando incesantemente a los tejados.
-¿Dónde
estás?- pensó Margarita- vamos muéstrate- Aunque podría ser peligroso….
hay tantos guardias controlando cada posición de la plaza que...
Comenzó a
temer por él, una sensación de angustia y preocupación la dominó. ¿Y si
resultara herido?, o peor aún ¿y si lo mataban? La gente comenzó a chillar
descontrolada, vociferando palabras malsonantes hasta desgañitarse. Se puso de
puntillas y pudo ver cómo varios guardias llevaban amordazado al pirata, camino
de la hoguera. Por eso la gente estaba fuera de sí. Se acercaba el momento.
-¡¡Sucio
perro, muere!!- bramó un hombre de entre la multitud
- Bastardo!!
más arderás en el infierno- dijo otro.
La muchedumbre
estaba enardecida, aumentando los silbidos y abucheos. A la izquierda de
la plataforma, pudo ver como Irene que instantes antes estaba sentada en las
gradas, abandonaba el lugar, probablemente repugnada por lo que estaba a
punto de ocurrir. Era una chica muy sensible que no encajaba en el entorno de
Lucrecia. Hacía bien en marcharse. El verdugo terminó de ajustar las
cuerdas del reo al poste, y cuando estuvo seguro de que sería imposible una
escapatoria, se retiró para dar paso a la acusación. Comenzaron a leer los
crímenes por los que aquel pirata había sido juzgado a pena de muerte. Era
una larga lista de evasiones a la justicia, secuestro de buques armados y de
mercancías, asesinatos y un largo repertorio de delitos que parecían no
acabar nunca.
Entonces Margarita lo vio. Su figura se perfilaba en el tejado,
levemente iluminada por la luz de la luna. Sólo podría haber sido visible para
unos ojos que lo buscaran como ella lo estaba haciendo.
En ese
instante, el verdugo ponía sobre la cabeza de Blake una corona de paja untada de
azufre y se disponía a tomar la antorcha de fuego que prendería la hoguera.
Margarita esperaba y temía al mismo tiempo el momento en el que el águila
entrara en acción, lo cual no tardó en producirse. El enmascarado permaneció
absolutamente inmóvil durante un segundo que para ella se volvió eterno, lanzó
una flecha con su ballesta y atravesó el pecho del verdugo, que cayó
aniquilado inmediatamente. Lo que pasó después causó el caos entre la turba.
Diversas explosiones provocaron una descomunal nube de humo que cargó el
ambiente, cegando a la muchedumbre de tal forma, que ya no podría ver lo que
sucedía en aquella tarima de ejecución. Margarita no podía ver nada y se
sentía empujada y golpeada sin poder defenderse. La marea humana la
estaba absorbiendo, pero aún podía escuchar algo de lo que estaba pasando allí
arriba, envuelta en constantes gritos de espanto.
- ¡¡Es el
águila roja!!
- ¡¡Atacadle
cobardes!!- ordenó uno de los guardias.
El chasquido
tenaz e insistente de las espadas al encontrarse, se unió al concierto de
aullidos de hombres y mujeres que comenzaban a crear una avalancha
humana, desesperados como estaban por salir de allí como fuese.
Entonces
ocurrió algo que la dejó sin respiración. Alguien apretaba un paño humedecido con
un líquido que tenía un olor intenso contra su nariz y boca. Se sintió
mareada, todo le daba vueltas. También notó que la agarraban, arrastrándola
fuera de aquella multitud enardecida, mientras perdía el control de sus
sentidos dejándola totalmente incapacitada. El sonido que producía aquel
escándalo se apagó, la oscuridad la invadió y ya no sintió nada más.
Apenas un
minuto antes de que todo se volviese humo, el águila observaba atentamente
cada detalle de lo que ocurría en aquella plaza y particularmente
en la tarima de ejecución. Como siempre, trazó un plan de acción. Le
gustaba tenerlo todo bajo control, aunque sabía que debía estar preparado para
la improvisación. Calculó la posición de cada uno de los guardias, uno
por uno, así como del verdugo. Aquellos oficiales que se encontraban
más distantes no le preocupaban, pues sabía que si todo salía bien, no
tendrían tiempo para llegar al combate. Sin embargo, había algo que le inquietaba
y le hacía vacilar ¿Dónde estaba el comisario? Lo había visto salir de la plaza y
dirigirse hacia “cuchilleros” hacía más de diez minutos, y aún no había vuelto.
No le gustaba la idea de lanzarse al vacío sin saber qué había ocurrido con
su hermano. Era consciente de que aquella misión podía fallar si dejaba a la
deriva una sola de sus cartas. Pero ya no había tiempo, si no actuaba
inmediatamente, el verdugo acabaría con la vida de su amigo Richard.
Apuntó con la ballesta hacia el pecho de aquel monstruo y sin pensar ni una
milésima de segundo más, disparó.
Aquel disparo
era la señal que había dado a Satur para activar las bombas de humo. Tampoco
era una idea que le agradara, pues sabía que podía desencadenar
una avalancha humana, pero situaciones desesperadas requieren
medidas desesperadas. A partir de ese momento, todo lo que pasó transcurrió a
un ritmo frenético. Saltó del tejado y aterrizó muy cerca de Richard.
Pronto se vio asediado por los cuatro guardias que custodiaban cada esquina de la
tribuna. No dudó ni un instante lo que debía hacer, puesto que lo había
previsto instantes antes mientras lo planeaba todo. Lanzó dos shurinkens a
dos de ellos, y extrajo velozmente la katana de su funda. Sus movimientos
eran hipnóticos y los guardias le temían. Su posición de combate era imponente
y su mirada aterradora. Ninguno de los dos se atrevía a atacarle, pero
se vieron impulsados por un tercero que les ordenó hacerlo.
-¡¡Atacadle
cobardes!!-
Los guardias
trabajaron en equipo para vencerle, pero no luchaban contra cualquier
hombre. El águila estaba entrenado para luchar contra diez hombres y aún así ser
capaz de controlar la situación. No era fácil, pero poseía todas las cualidades
necesarias para llevarlo a cabo. Un sólo hombre más en aquella ecuación y su
vida habría comenzado a correr peligro. Ahora eran únicamente dos y estaban
sobrecogidos. Le bastó con un sutil y ágil movimiento de muñeca, para
invalidarlos. Uno más y llegaría a Richard. Se enfrentaba a Pedro, el
lugarteniente del comisario. Era un joven valiente y arrojado, al que se había
enfrentado ya en más de una ocasión. Luchaba bien y no se lo puso tan fácil como
sus compañeros, resistió más que ellos, pero finalmente se deshizo de él
con una patada certera en el pecho que lo lanzó fuera de la plataforma.
No perdió el
tiempo y se apresuró a desatar a su amigo. Richard lo miraba con cara de
asombro.
-
Gonzalo…¡¡eres tú!!- susurró.
- No tenemos
tiempo Richard, tenemos que salir de aquí.- Terminó de desatarlo, y
le dejó libre.
- ¡¡Mariana!!-
exclamó el pirata fuera de sí. Miraba a la espalda del águila.
- No puede
ser- pensó Gonzalo- Ella está aquí.
Dio media
vuelta consciente de que aquel podría ser su último movimiento.
- Se acabó la
fiesta- habló el comisario, mientras sujetaba a Mariana por su espalda
sosteniendo su cuello con una afilada daga y empuñando con su otra mano la
pistola que siempre llevaba consigo- Hoy es mi día de suerte, continuó
diciendo el comisario, voy a matar dos pájaros de un tiro, la cuestión es ¿a quién de
los dos elegiré? Al pirata o al águila roja.
- Te quiero-
dijeron sus dos amigos a la vez.
El comisario
cortó sin miramientos el cuello de Mariana que comenzó a escupir sangre sin
contención. Acto seguido soltó a la mujer ya muerta y disparó una bala. Todo
ocurrió muy rápido, y sin embargo Gonzalo fue consciente de cada movimiento. La
bala iba directa a él, esta vez no había escapatoria, era su final.
Súbitamente
Richard se interpuso entre su cuerpo y el proyectil cayendo muerto en el
acto. Su amigo había vuelto a salvarle la vida y ahora ya no podría saldar
su deuda.
El comisario
le miró frustrado desde su posición. Parecía envuelto en un aura de odio y se
manifestaba dispuesto a luchar contra él.
- ¡¡Amooo!!-
Satur le llamó desde uno de los callejones cercanos a la plataforma. Su
fiel escudero temía por él y lo llamaba desesperado.
- No puedo
matar a mi hermano- pensó encolerizado.
Su única
opción entonces era la huída. Se arrojó de la plataforma y desapareció de
aquel escenario de terror.
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