El ambiente
estaba enrarecido en el palacio de la marquesa. De forma accidentada,
aunque escoltados por la guardia, consiguieron salir de la plaza sin poder
evitar algunos empujones. Lucrecia no tenía muy buen aspecto, pues el
elaborado moño que llevaba se había descolgado desequilibrando su rostro, y su
vestido estaba lleno de polvo y muy arrugado.
El cardenal
había optado por volver a palacio para asegurarse de que su joven sobrina estaba
bien y había vuelto a salvo. La servidumbre recibió con extremo cuidado
a los moradores de la casa, pues si algo temían, era el carácter que
gastaba la marquesa y las consecuencias que pudiera tener su humor para con
ellos.
- Necesito un
baño, ¡ya!- gritó Lucrecia que estaba visiblemente alterada.
Dos de sus
sirvientas se pusieron manos a la obra.
- En seguida
señora marquesa- dijeron obedientemente casi al unísono.
El cardenal,
cuya indignación parecía darle un tono más rojo del habitual, no dejaba de
quejarse por lo que había ocurrido, y el blanco de sus acusaciones parecía ser el
comisario, jefe de la seguridad en aquel acontecimiento.
- Es
inadmisible que algo así haya ocurrido- volvió a repetir una vez más.
- No es la
primera vez que el águila roja sabotea nuestro trabajo ilustrísima respondió Hernán
visiblemente incómodo.
- Me da igual
ese Águila Roja, son ustedes unos peleles e incompetentes. Usted el
primero. Es vergonzoso que ese enmascarado siga vivo, ¿Cuantos oficiales y
guardias son necesarios para acabar con él? Es sólo un hombre- Esto último lo dijo
alzando mucho la voz.
- Tenemos
razones para pensar que tiene un ayudante- argumentó Hernán.
- ¿Otro
enmascarado?
- No lo
sabemos.
- Son ustedes
una escoria. Y si usted no estuviese casado con mi sobrina Comisario,
puedo asegurarle que haría todo lo posible por hundir su carrera militar, no lo
olvide.
Hernán sabía a
lo que se refería el cardenal, ya que había intentado asesinarlo una vez para
deshacerse de él. Aquel hombre era una serpiente y debía cuidarse muy
bien de sus planes.
- Se hace
tarde y debo irme- volvió a hablar Mendoza- quiero ver a mi sobrina.
- Marta-dijo
la marquesa- ve a buscar a Irene.
- Ahora mismo
señora.
La joven
sirvienta se dirigió velozmente a los aposentos de Irene. Maldecía su suerte por
haberse tenido que quedar aquella noche en palacio. Llamó a la puerta
suavemente.
- ¿Señora
Irene?- dijo Marta- Señora... su tío el cardenal la reclama- añadió- ¿¿¿Señora????-
insistió de nuevo.
Marta abrió la
puerta lentamente. La habitación estaba totalmente en penumbra, sin
lugar a dudas Irene no se encontraba allí. Tuvo miedo por el papel que le
había tocado representar. Si no estaba allí y tampoco venía con los señores, ¿dónde estaba? Corrió a las cocinas y preguntó a Jacinta, la cocinera, si
había visto a la joven.
- La señorita
Irene no ha vuelto Marta.- le aseguró.
Jacinta estaba
segura de ello, porque su marido era el cochero de palacio y si en algún
momento hubiese vuelto antes que su señora, ella lo habría sabido.
La joven
criada volvió al salón donde aún estaban todos esperando a la joven. Se quedó en la
puerta y llamó a Lucrecia.
- Señora,
¿puede venir un momento?
El cardenal
estaba mirando por la ventana y no se percató de la llegada de la criada.
Lucrecia salió de la habitación y escuchó lo que tenía que decirle su joven
sirvienta. Por el tono de su voz advirtió que debía ser cauta y no alterar al cardenal.
- ¿Qué pasa
Marta?- preguntó Lucrecia preocupada y visiblemente molesta.
- La señorita
Irene no se encuentra en palacio, señora. Ni siquiera ha vuelto.
- No puede
ser… ¿Dónde se ha metido esa estúpida?-susurró Lucrecia.
Lucrecia
comenzó a maquinar velozmente lo que le diría al cardenal. Si Irene hubiese
desaparecido, en principio no tendría por qué afectarla, pero Hernán podría verse
gravemente perjudicado. Ambos tenían una relación de amor y odio. Eran
seres muy pasionales que se movían esencialmente por sus deseos e impulsos más
primarios. Había mucho en común entre ellos, la ambición, el deseo de poder
y escalar posiciones sociales, la mezquindad, la hipocresía, pero por sobre
todas las cosas, lo que más les unía era su hijo. Lucrecia jamás reconocería
que Hernán era el padre de Nuño, pero sabía lo importante que era el
comisario para él. Intentaba negarse a si misma los sentimientos que además tenía
hacia su compañero de perversidades, lo cual había desencadenado
en los últimos tiempos fuertes arrebatos y reacciones desmedidas de
celos y rencor. Todo ello la impulsó a tomar la decisión de protegerle.
Volvió sobre sus pasos, entró en el salón y se dirigió al cardenal con una de sus
mejores máscaras.
-Ilustrísima,
su sobrina se encuentra indispuesta y no puede presentarse ante usted- dijo
Lucrecia, esperando que el cardenal no insistiese.
- Iré a verla
a sus aposentos- repuso él con un ligero rictus de preocupación.
Ya había
comenzado a moverse cuando ella le tomó del brazo con su habitual persuasión.
- Cardenal,
Irene ha solicitado expresamente que nadie la “moleste” ni siquiera su
esposo- Lucrecia intentó con todas sus fuerzas ser convincente.
- Está bien…me
hubiera gustado despedirme de ella. Mañana mismo a primera hora salgo de
viaje con destino a Italia. No volveré hasta pasado el verano- se interrumpió
dirigiéndose exclusivamente a Hernán- Espero que para entonces hayan buenas
noticias respecto al asunto que acordamos y confío en que esta vez haga bien
su trabajo.
El cardenal
dirigió un último saludo a la marquesa y salió de la sala. Lucrecia miró a Hernán
con preocupación.
- Hay algo que
debes saber…
0 comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que aportar, este es el sitio: