Capítulo 21


    Martín e Irene cabalgaban juntos en lo más profundo del bosque. Llevaban una hora de camino y pronto necesitarían descansar. Martín conocía una pequeña granja abandonada donde podrían pasar la noche resguardados de los animales y la humedad. Iban con lo puesto, para no levantar sospechas, con tan sólo el caballo de Irene, que él se había encargado de sacar de las caballerizas dejándolo en un lugar estratégico a la salida de la villa. Tenían miedo, pues sabían a lo que se estaban exponiendo, pero no había otra salida.
    Irene llevaba bien sujeta una pequeña bolsita llena de maravedíes, con la que esperaban sobrevivir durante algún tiempo. Su destino era incierto, no tenían ni idea de cómo huirían del poder del Cardenal y sus influencias, pero sabían que debían intentar pasar desapercibidos. Irene también sabía que debía deshacerse de sus ropas de noble para ello, y tendría que hacerlo lo antes posible. Nadie podía conocer su verdadera identidad.
    Por fin llegaron a la granja. Martín ató al caballo en la parte trasera, de forma que estuviese menos visible. Ayudó a Irene a bajar y la abrazó fuertemente.


- Tengo miedo Martín- murmulló ella aún abrazada a él.
    Él le tomó la cara mientras le acariciaba el pelo.
- No debes tenerlo Irene, daría mi vida por ti.
- No digas eso… es lo que más temo. ¿Qué vamos a hacer?- le preguntó con el suave tono que la caracterizaba.
     Irene era una joven inocente y frágil, que había pasado su vida haciendo todo lo que su autoritario tío le ordenaba .Siempre fue atento y cuidadoso con ella, pero ella sabía que también era un hombre poderoso y comprometido, y que muchos le temían. Ahora ella también lo hacía. Sabía que no podría perdonarle lo que había hecho y sobre todo era consciente de que no dudaría ni un momento en acabar con Martín. Ella no podía permitirlo pues estaba perdidamente enamorada de él. Lo único que deseaba, era pasar la vida junto a él, no le importaba ser pobre, claro que tampoco sabía lo que podría esperarle. Siempre había estado envuelta entre algodones.

- Vayamos dentro- le dijo Martín. La tomó de la mano y la condujo al interior.
     Pronto preparó un fuego para que pudieran calentarse y también iluminar un poco aquel lugar. Limpió con cuidado una zona que parecía estar seca y resguardada de la humedad y echó sobre ella una manta, que había preparado y que llevaba en el caballo. Allí se tumbaron. Entonces Irene comenzó a sollozar. Él la acunó como a una niña pequeña, la consoló y le besó los párpados.
- Te amo- le dijo- Y no dejaré que te hagan daño.


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