Capítulo 23


     Las fuertes y constantes sacudidas del coche de caballos la despertaron de su letargo. Se sentía desorientada, todo le daba vueltas y no podía coordinar bien sus movimientos. El simple hecho de abrir los ojos le costó tanto... ¿Dónde estaba y por qué no podía moverse? 


     Poco a poco fue recobrando el sentido y observó lo que había a su alrededor. Dos hombres la acompañaban en aquel carro cubierto. Los reconoció al instante, eran los hombres de la taberna, los que querían verla bailar. Uno de ellos se dio cuenta de que había despertado.
- Señor, la mujer ha despertado.
- Incogpórala- dijo el gran hombre rubio con su marcado acento francés.
       Margarita que ya estaba plenamente consciente, intentó gritar, pero la habían amordazado y se sintió incapaz de emitir nada más que débiles gemidos amortiguados por la tela que la apretaba.
- Es usted una joya incalculable, señorita- le dijo aquel hombre- Lo supe en cuanto la vi. Claramente el tipo de mujeg que le gusta al Diwan. La casualidad ha hecho que la encontremos, cuando creíamos que ya no tendríamos nada para llevarle después de nuestro largo viaje- El francés hizo una seña al hombre que la había incorporado- Quítale la mordaza, ya nadie podrá escuchar sus gritos.
     El hombre obedeció y se la quitó. Margarita no gritó pero exigió que le dijesen a dónde la llevaban.
- A dónde… ¿a dónde me llevan? Soy una mujer libre no pueden hacerme esto- exigió Margarita desesperada.
- Lo cierto es que no es una mujer libre, señorita…- respondió el francés- Usted lleva la marca de las esclavas con las que habitualmente hacemos negocios el Diwan y yo. En realidad no estoy haciendo más que llevarle lo que es suyo, aunque estoy seguro de que me recompensará por ello.
- ¿Pero a dónde….a dónde me llevan?- insistió de nuevo ella.
- A Marruecos, donde perteneces.
- ¿Cómo? No por favor, noo, por favor- sollozó ella- suéltenme- gritó desesperada.
- Parad el carro- ordenó el francés.
      Margarita por una fracción de segundo, pensó que la dejarían marchar, pero no, obviamente aquel hombre no tenía ni la más mínima intención de soltarla. Simplemente necesitaba hacer sus necesidades.
- Sacad a esta mujer, para que haga también sus necesidades. No quiero que paremos de nuevo hasta dentro de dos horas. El francés que padecía de la próstata necesitaba hacer paradas asiduamente.


       Uno de los hombres, al que Margarita no había visto, puesto que conducía el carro desde fuera, y al que tampoco había escuchado hablar aún, la tomó fuertemente de sus muñecas atadas con una cuerda y la sacó del carro. La adentró un poco entre los matorrales del camino y la soltó. Margarita no podía hacer nada maniatada como estaba y con los pies también sujetos por una cuerda. Sabía que probablemente no tendría oportunidades de escapar de esos hombres en otra ocasión, y aún reconocía el terreno como las inmediaciones del palacio de la marquesa. No habría pasado mucho tiempo desde que se la llevaron de la plaza. Conocía ese paraje, seguramente mucho mejor que ellos, y si tuviese la oportunidad podría correr y escapar. Trazó un plan desesperado en tan sólo unos segundos y no tardó en ponerlo en marcha.
- Oiga- le dijo a aquel hombre que la vigilaba- Así no puedo hacer nada, maniatada como estoy. Desáteme al menos las manos para que pueda sujetarme la falda.
      El hombre se lo pensó durante un momento y luego asintió. No le dijo nada, pero mientras la desataba le hizo un gesto claro y amenazador. Margarita entendió que le cortaría el cuello si intentaba escapar. Le indicó al hombre que se situaría detrás de un arbusto justo delante de él y rápidamente se agachó para que el hombre no pudiera ver lo que estaba haciendo. No tenía tiempo, así que tenía que ser muy rápida. Con sus manos libres subió su falda y sacó de su muslo la daga del Águila que había encontrado en su habitación.
     La miró un instante deseando que aquella casualidad le salvara la vida y después comenzó a cortar las cuerdas que sujetaban sus pies. Le fue fácil, aquella daga estaba muy afilada. Ahora sólo quedaba una cosa por hacer, correr todo lo que sus pies le permitieran y salir de allí lo antes posible.                 Todo estaba en silencio, una rama crujió al apoyar una de sus alpargatas en la húmeda tierra. Tenía que hacerlo ya.
    Comenzó a correr como nunca lo había hecho, con la daga firmemente sujeta en su mano derecha. Esquivaba en la oscuridad árboles, gruesas ramas y troncos caídos. El terreno no se lo ponía nada fácil. El hombre reaccionó inmediatamente y salió en su búsqueda para atraparla. Margarita escuchó el grito del francés.
- ¡Atrápala Mahamud, no dejes que escape!
      Margarita podía escuchar claramente por encima de sus gemidos y ahogos las firmes pisadas de aquel hombre pequeño y delgado que la perseguía. No era mucho más alto que ella, pero por supuesto sí que era infinitamente más ágil.
       No tardó en atraparla. Sin pensarlo, y quizá ni siquiera intencionadamente, Margarita clavó la daga en el estómago de aquel hombre. Él le había dado la vuelta al tomarla del brazo en la carrera y ella había quedado de cara a él con la daga apuntando hacia su nervado cuerpo. El hombre cayó al suelo con el arma clavada en su estómago. Margarita estaba aterrorizada.
- ¡Lo he matado!- susurró ella- ¡Dios mío lo he matado- Dio un par de pasos marcha atrás separándose de él hasta que escuchó el sonido de la carrera del otro hombre, a quien ella reconocía como “el intérprete”. Tenía que seguir huyendo, tenía que salir de allí como fuese. Dio la vuelta y continuó la carrera, pero pronto tropezó esta vez sí con una rama escondida entre matojos y cayó al suelo estrepitosamente. Ya no había escapatoria. El “intérprete” la atrapó.
- ¡Te tengo, mujer!- le dijo pegando su boca a su oído y agarrándola fuertemente de las manos a su espalda. Ya puedes empezar a rezar como una infiel nazarena.
        La llevó de vuelta al carro pasando por el hombre muerto y la metió de nuevo dentro junto al francés que los esperaba tranquilamente sentado con las piernas cruzadas.
- ¿Y Mahamud?- preguntó el francés al intérprete.
- Lo ha matado señor.- respondió fríamente el hombre.
- ¡Vaya!, parece que tenemos a una joven intrépida y valiente. Es una pena, has matado a uno me mis mejores esclavos….pero tranquila, no te mataré. Sigo pensando que vales mucho, y ahora que veo lo que eres capaz de hacer, creo que tu valor se multiplicará. Al Diwan le gusta que se pongan difíciles, y que aguanten mucho- Una risa maléfica asomó en el rostro de aquel hombre.- Aunque francamente, no he oído que ninguna de las mujeres que llama a sus aposentos duren más de una noche. Tengo curiosidad por ti, mujer.
- Said, coge el cuerpo y arrástralo al camino. Tengo cierto “cariño por mi esclavo, quizá alguien le encuentre y le dé sepultura. Es lo mínimo que puedo hacer por él.
- Vámonos, no podemos perder más el tiempo- ordenó el francés- Y a ti mujer…..quizá sea mejor mantenerte dormida durante el viaje.
     Tomó un pañuelo en el que roció un líquido con un fuerte y penetrante olor, y volvió a presionarlo contra su nariz, sumiendo de nuevo a Margarita en las más profundas tinieblas.


2 comentarios:

  1. !Qué chulada Chey! Te han quedado geniales las imágenes. De verdad que no se cómo lo consigues, pero es alucinante. Recreas de una forma muy fidedigna las imágenes que tenía en mi mente.

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    1. Gracias, Nere, pero no creas. Me gustaría poder componerlas de manera que plasmen lo que describes, pero es muy difícil encontrar la foto exacta. ¡Anda que me he metido en un lío...jajajjja!!

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