Los primeros
rayos de sol de un nuevo día comenzaban a filtrarse entre los árboles. Toda
la noche buscando incansablemente. Primero en la villa, después en sus
inmediaciones, y cuando quedó claro que no la encontrarían allí, Gonzalo
emprendió el camino campo abierto, recorriendo los caminos y las distintas
salidas de la villa. Habían peinado toda la zona, y ahora se dirigían hacia
el palacio de la marquesa. Quizá había vuelto a palacio, y ¿quién sabe?, podría
haber pasado la noche allí. Gonzalo se agarraba a esa posibilidad.
A Satur se le
cerraban los ojos, desde la noche en que aquellos hombres habían atacado
a Margarita no había podido dormir a pierna suelta. Después pasó lo de la
pirata y la noche que pasó en vela haciendo guardia.
- Amo, verá
como está en palacio. Seguramente hemos puesto el grito en el cielo y al
final, no ha pasado nada. Además, ¿no pensará que la han vuelto a secuestrar?
Que yo le dije que a la señora la había mirado un tuerto, pero en sentido
mirafórico… ¿no se dice así?
Gonzalo
escuchaba a Satur pero no tenía ganas de hablar. Lo único que quería era llegar a
palacio y corroborar que ella estaba bien. Los caballos estaban reventados, no
le habían dado descanso durante toda la noche. Pasó al trote, ya quedaba
poco para llegar. Un sutil gemido lo puso alerta. Paró el caballo y mandó callar a
Satur, que no paraba de hablar, intentando en vano tranquilizarle.
- Shhhh Satur,
escucha…
Gonzalo bajó del caballo y avanzó dando algunos pasos, siguió
el sonido que tenuemente se iba haciendo más audible. Entonces lo vio. Había
un hombre herido en el camino, gravemente herido. Corrió hasta donde se
encontraba aquel cuerpo y se agachó rápidamente para atenderle.
- Oiga, ¿puede
oírme? Tranquilo, le auxiliaremos.- Gonzalo retiró la mano del hombre del
estómago, donde se encontraba la herida, parecía agarrarse un puñal, el arma
que lo había dejado en aquella condición. – No puede ser….no…
- Amo, ¿qué
pasa? – Satur se llevaba las manos a la cara intentando en vano no ver aquella
imagen tan desagradable. Las vísceras asomaban fuera de la herida y
algunos animales se habían acercado a investigar aquel cuerpo.
Gonzalo no
podía dar crédito a lo que veía, pero estaba claro, no cabía ninguna duda.
Era su propia daga. La había traído desde China junto con el resto de su
arsenal de armas, y era una de las cosas que había podido rescatar del naufragio.
Y ahora estaba allí, clavada en aquel hombre. Sabía dónde había perdido
su daga, y sabía quién era aquel hombre. Había una clara relación
causal entre lo que ahora veían sus ojos y Margarita. Sólo ella podía haber hecho
esto, porque sólo ella podía haber cogido aquella arma en su habitación, la
noche en que habían estado juntos. Aquellos hombres se la habían llevado
y ella había luchado por defenderse. Estaba plenamente seguro de ello.
- Quédate con
él Satur, ahora vengo.
- Pero ¿a
dónde va? Amooo, no me deje sólo con esto...
Gonzalo siguió
el rastro de la sangre que marcaba claramente un camino entre las verdes
hojas y la tierra movida de la maleza. Aquel hombre había sido arrastrado
unos cincuenta metros, una carrera corta y repleta de dificultades desde el
camino. Desde su altura pudo ver el lugar en el que había sido apuñalado. Una
gruesa rama semioculta podría haber supuesto un obstáculo infranqueable
para una corredora no experimentada, más aún si llevaba una pesada falda y
estaba siendo perseguida en la oscuridad. Un brillo le llamó la atención entre
las hojas caídas del suelo. Era un zarcillo, con la forma de una margarita.
Aquel elemento lo confirmaba todo. Tomó el pequeño adorno entre sus
dedos y lo acarició levemente. Acto seguido lo metió en uno de los bolsillos de
su pantalón. Volvió sobre sus pasos y llegó al lugar en el que se encontraban
Satur y aquel hombre.
- ¿Amo, ha
encontrado algo?- El pobre Satur no recibió respuesta.
Gonzalo volvió
a agacharse junto al hombre y lo tomó por el cuello de su camisa. Estaba
claro que el hombre estaba más muerto que vivo, pero aún así lo zarandeó
hasta hacerlo volver en sí.
- ¿Dónde está
la mujer que os llevásteis anoche? ¡Habla!- Su voz sonó impetuosa y
grave como un trueno.
- Amo, ¿está
usted diciendo que este hombre se llevó ayer a la señora Margarita?…-
Al no recibir respuesta de él, se dirigió al moribundo- Hable ya hombre, ¿No ve
que no le va a dejar marcharse al otro barrio hasta que no le conteste? Se
lo digo yo, que le conozco….
Gonzalo le
miró pidiéndole con los ojos que se callase.
- ¡Habla!, -
le ordenó Gonzalo al ya casi muerto.- Le tomó la mandíbula y le abrió la boca
a la fuerza.
Aquel hombre no hablaría. No tenía lengua.
Gonzalo se
levantó y dio una patada a una rama partida, tomándose las sienes con sus largos
dedos. Se la habían llevado, y le llevaban ventaja…horas de ventaja, y ni
siquiera sabía el destino.
Tenía que hablar con Cipri, aquellos hombres habían
estado en su taberna. Su tan temida rabia estaba empezando a aturdirle.
Cipriano… ¿cómo había podido permitir que Margarita bailase para aquellos
hombres? Tenía que marcharse ya mismo, no podía perder ni un solo minuto más.
- Satur,
volvemos a la villa. Tengo que hablar con Cipri.
- ¿Y qué
hacemos con este hombre? – Satur tomó el brazo de Gonzalo que ya emprendía la
vuelta hacia los caballos.
Súbitamente,
Gonzalo volvió a acercarse al moribundo y le arrancó su daga. El hombre expiró
al instante. Satur se llevó de nuevo las manos a la boca, tan asustado como
cuando su amo estaba enajenado y loco de rabia al enterarse de que había
sido el comisario el que había asesinado a su mujer. En aquellos momentos, era
capaz de cortar manos, arrasar con todo y hasta clavar cuchillos en
cualquier ojo que se pusiera por delante. No pidió más explicaciones.
La taberna aún
no había abierto sus puertas, así que Gonzalo las aporreaba con todas sus
fuerzas. Cipri, que
como todos los días preparaba todo lo necesario para empezar un nuevo día
escuchó los golpes y no dudó ni un momento en abrir la puerta a su amigo. Lo
había reconocido por los gritos que provenían de la calle. Abrió la puerta y se
encontró a un Gonzalo fuera de sí. Fue empujado con brusquedad al interior de
su propia taberna hasta casi caer en una de sus mesas. Satur seguía de
cerca a Gonzalo, y ahora se encontraba cerrando la puerta para que no se
acercaran los vecinos, que curiosos, habían salido de sus casas y habían formado un
corrillo alrededor de Gonzalo.
- ¿Quiénes
eran los hombres que pasaron la noche en la taberna?- Gonzalo le exigía una respuesta.
- Gonzalo…no
sé quiénes eran, parecían extranjeros. ¿Qué pasa?
- Pasa que
Margarita no ha vuelto esta noche y tengo razones para pensar que ellos se la
han llevado.
El tabernero
se sintió abochornado, y tremendamente culpable por haber expuesto a su
amiga a aquellos hombres, por dinero. Ahora se daba cuenta de lo que había
ocurrido, de la insistencia de aquellos hombres… Había sido un insensato, un
negligente…en definitiva un imbécil. Además había cobrado por ello y llevaba
el dinero firmemente agarrado a una bolsita entremetida en su ropa.
-Perdóname
Gonzalo… cómo iba a saber yo que esos hombres se la llevarían, le pedí a
Margarita que me ayudara por el negocio, todo se me viene abajo y aquellos
hombres me ofrecieron mucho…- sacó la bolsa con el dinero y las piedras
preciosas y la puso sobre la mesa.
- Cipri… ¿Has
vendido a Margarita?- preguntó Satur totalmente escéptico.
Gonzalo
comenzó a dar marcha atrás. Si no salía de allí rápidamente no se haría
responsable de sus actos.
- ¡Espera
Gonzalo!, escuché algo ayer por la mañana…- Cipri titubeó, se rascó la barba
nervioso y visiblemente alterado y continuó.- Hablaron de un regalo...un
regalo para alguien.
- ¿Para quién?
– le exigió Gonzalo.
- No lo sé,
era un nombre muy raro, extranjero, no puedo recordarlo.
- Eso no nos
dice nada Cipri- dijo Satur.
-
Esperad…dijeron que zarparían del puerto de Cádiz en unos días- Cipri miró a Satur
completamente arrepentido- Gonzalo, toma la bolsa con el dinero.
- ¿Pretendes
comprar mi perdón con eso?- No podía continuar mirando a su amigo a la
cara. Se fue de allí como un torbellino, dejando a Satur y Cipri solos y hechos
polvo.
Satur miró la
bolsa con el dinero, que su amigo había dejado caer de nuevo sobre la mesa.
No se lo pensó dos veces, la tomó y la guardó en uno de sus anchos
bolsillos.
- El amo
tendrá que ir muy lejos para buscar a la señora- dijo- por los gastos del viaje.- Le
hizo un gesto bastante evidente.
Satur se
dirigió apresurado hacia la puerta, pero antes de cruzarla se dio la vuelta y le
dijo:
- Te perdonará,
tiene mal genio, pero es noble de corazón.
- Lo sé- respondió Cipri-
acto seguido sollozó fuertemente y comenzó a
llorar.
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