Olía a sal.
Una suave brisa marina la despertó de su letargo. No sabía cuánto tiempo llevaba
en ese estado de semi-inconsciencia, podrían haber pasado días. Se
sentía débil y enferma. Recordaba haber comido como en sueños, así como hacer
otras cosas como una sonámbula. No sabía si había sido real o no.
El olor a sal
marina era como una bendición, despejaba sus fosas nasales que sentía
inundadas de aquel olor fuerte, penetrante y nauseabundo que la hundía una y
otra vez en las tinieblas. Soñó con su niñez, con sus padres y su hermana
Cristina, creyó ser de nuevo una niña, cuando no existían problemas y la vida aún
no la había apaleado como lo hizo. En sus sueños vivía llena de ilusión
colmada de ternura. A veces se sentía niña, a veces adolescente, a veces adulta,
pero siempre había una presencia protectora en ellos. Gonzalo también
habitaba en sus sueños...
Casi deseaba no ser consciente de lo que le estaba
ocurriendo, pues su vida despierta era una pesadilla, mientras que aquellos
sueños le daban paz, tranquilidad y armonía. Al olor se sumó el sonido de las
gaviotas. Un placer para los sentidos. De nuevo, como tantas veces había
ocurrido durante aquel largo viaje se fue espabilando, recobrando la
consciencia. Estaba siendo acarreada por una estrecha escalinata que la conducía a un
enorme barco. El sol la cegó brillando en un cielo azul celeste y puro.
- No…no…-
comenzó a sollozar.- le costaba articular las palabras. Se sentía tan débil.
- Tengan
cuidado con la enferma- dijo el francés en voz alta.
- ¿Enferma?-
pensó Margarita- desde luego lo estaba, no cabía ninguna duda.
Sabía lo que
le esperaba, en cuanto aquellos hombres percibían que se despertaba, de
nuevo la obligaban a dormir. En otro momento del viaje, lo habría
deseado, pero ahora no podía, no quería dormir. La estaban subiendo a un barco con
destino a Marruecos, de donde sería muy difícil escapar. No podía…no debía
dormirse.
Sentía que
recobraba fuerzas, ya casi podía hablar, pero no lo hizo. Decidió aparentar que
seguía sumida en sus sueños. Necesitaba pensar con claridad, y esa era la
única forma de hacerlo. Quizá aún existía la posibilidad de huir de allí. Sería
capaz de agarrarse a un clavo ardiendo en aquella situación en la que se
encontraba. Recuperó la horizontalidad, parecía que habían terminado de subir la
escalinata.
- Llevadla al
camarote- ordenó el francés.
Escuchó a unos
hombres hablar entre ellos.
- Vamos con
retraso- decían.- el barco ya debería haber zarpado.
- En una hora
todo estará preparado, a trabajar- dijo otro
Así que sólo
tenía una hora para salir de allí, pensó Margarita. Ya había abandonado la
esperanza de que alguien la rescatase. El águila roja no la salvaría esta
vez. Estaba demasiado lejos de su alcance. Quizá ni siquiera sabía que se
la habían llevado. Tenía los ojos cerrados, pero percibía la potente luz
del sol a través de ellos. Seguían acarreándola, y pronto la luz desapareció.
Ya estaba dentro del barco. Al cabo de unos minutos pararon y la dejaron
recostada sobre una superficie blanda e incómoda.
- ¿Sigue
drogada?- preguntó el francés a Saíd, el intérprete.
- Sí.
- Enciérrala
con llave- ordenó- subiremos arriba para asegurarnos de que el equipaje no
sufre ningún daño.
Margarita
esperó a que la puerta se cerrase. Intentó incorporarse, lo cual le costó un gran
esfuerzo. Suspiró fuertemente. A su espalda había una pequeña ventana
circular. Se asomó a ella.
Era precioso, el mar azul y calmo. Siempre quiso vivir
cerca del mar… pero ahora deseaba estar lo más lejos de allí como fuera posible.
Se puso manos a la obra, dentro de lo que le permitían sus menguadas
fuerzas. Buscó dentro del camarote algún objeto largo y fino que pudiera
ayudarla a salir de allí. Era una experta en cerraduras, no en vano había sido una
ladrona, durante los años que convivió con Víctor, su marido.
- Sí…lo
encontré.- Margarita cerró los ojos con fuerzas dando gracias por haber tenido
suerte por una vez.
Un largo y fino abrecartas con empuñadura de marfil,
estaba sobre la mesa, totalmente para ella, por obra y gracia divina.
Lo utilizó con
soltura, introduciéndolo en la cerradura. Jugó con su muñeca, girándola a un
lado y a otro con sumo cuidado. Debía tener paciencia, no lo lograría si se
dejaba llevar por los nervios y la presión.
- Un poco
más…. Síiiii- la puerta se abrió con un repentino “crack”.
Esta era su
última oportunidad, tenía que conseguirlo. Corrió por el largo pasillo oscuro
que la había conducido a aquel camarote. Subió unas escalerillas
que daban paso a la cubierta desde donde podía escucharse un gran ajetreo.
Con sumo cuidado asomó su cabeza al exterior y comenzó a avanzar. Había
muchos bultos en cubierta que estaban intentando ordenar y trasladar. No
veía a sus captores, era el momento de salir de allí. Avanzó unos pasos, primero
lentamente y después aligerando el paso, ya pocos metros la separaban de
la pasarela de acceso al barco. Ya estaba allí. No pudo frenar el impulso de
salir corriendo.
- Ehhhh,-
gritó un marinero- ¿No es esa la mujer enferma?
Saíd que se
encontraba en la cubierta supervisando el equipaje, escuchó al hombre y fue
rápidamente a por ella. Margarita se lanzó en picado por la pasarela
intentando sortear a la gente que seguía subiendo por ella. Saíd la rozó por un
momento. No tenía escapatoria, así que Margarita se lanzó al agua a la
desesperada.
El hombre saltó tras ella y nadó hasta alcanzarla. El agua estaba fría, y
en su lucha con aquel hombre había tragado mucha. Tosía fuertemente
mientras varias personas los sacaban del agua.
- ¿Se puede
saber qué está pasando? ¿Qué es este alboroto?- reclamó el capitán del
barco.
- Es mi
hermana- respondió Saíd- está enferma y enajenada.
- Nooo,
gritaba Margarita, soy una mujer libre, me ha secuestrado, por favor ayúdenme. Me
llamo Margarita- seguía gritando a la muchedumbre que se apelotonaba a
su alrededor.- ¡ Margarita Hernando!.
El francés
apareció en escena. Su porte e indumentaria podrían impresionar a cualquiera.
Habló con el capitán en una lengua que Margarita no pudo entender. Sea
lo que fuese lo que le dijo, le convenció, y volvieron a llevarla arriba.
Margarita gritaba, pero ya nadie le prestaba atención, la obligaron a entrar en el
camarote y la ataron de pies y manos. Saíd se quedó con ella, custodiándola,
ya no tendría escapatoria.
- Dentro de
una hora te despedirás de Las Españas para siempre. Nunca podrás huir de
Marruecos, vivirás y morirás allí, hasta que tu amo lo considere oportuno.
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