Capítulo 26


      Olía a sal. Una suave brisa marina la despertó de su letargo. No sabía cuánto tiempo llevaba en ese estado de semi-inconsciencia, podrían haber pasado días. Se sentía débil y enferma. Recordaba haber comido como en sueños, así como hacer otras cosas como una sonámbula. No sabía si había sido real o no.
      El olor a sal marina era como una bendición, despejaba sus fosas nasales que sentía inundadas de aquel olor fuerte, penetrante y nauseabundo que la hundía una y otra vez en las tinieblas. Soñó con su niñez, con sus padres y su hermana Cristina, creyó ser de nuevo una niña, cuando no existían problemas y la vida aún no la había apaleado como lo hizo. En sus sueños vivía llena de ilusión colmada de ternura. A veces se sentía niña, a veces adolescente, a veces adulta, pero siempre había una presencia protectora en ellos. Gonzalo también habitaba en sus sueños...


     Casi deseaba no ser consciente de lo que le estaba ocurriendo, pues su vida despierta era una pesadilla, mientras que aquellos sueños le daban paz, tranquilidad y armonía. Al olor se sumó el sonido de las gaviotas. Un placer para los sentidos. De nuevo, como tantas veces había ocurrido durante aquel largo viaje se fue espabilando, recobrando la consciencia. Estaba siendo acarreada por una estrecha escalinata que la conducía a un enorme barco. El sol la cegó brillando en un cielo azul celeste y puro.

- No…no…- comenzó a sollozar.- le costaba articular las palabras. Se sentía tan débil.
- Tengan cuidado con la enferma- dijo el francés en voz alta.
- ¿Enferma?- pensó Margarita- desde luego lo estaba, no cabía ninguna duda.

      Sabía lo que le esperaba, en cuanto aquellos hombres percibían que se despertaba, de nuevo la obligaban a dormir. En otro momento del viaje, lo habría deseado, pero ahora no podía, no quería dormir. La estaban subiendo a un barco con destino a Marruecos, de donde sería muy difícil escapar. No podía…no debía dormirse.
      Sentía que recobraba fuerzas, ya casi podía hablar, pero no lo hizo. Decidió aparentar que seguía sumida en sus sueños. Necesitaba pensar con claridad, y esa era la única forma de hacerlo. Quizá aún existía la posibilidad de huir de allí. Sería capaz de agarrarse a un clavo ardiendo en aquella situación en la que se encontraba. Recuperó la horizontalidad, parecía que habían terminado de subir la escalinata.

- Llevadla al camarote- ordenó el francés.
       Escuchó a unos hombres hablar entre ellos.
- Vamos con retraso- decían.- el barco ya debería haber zarpado.
- En una hora todo estará preparado, a trabajar- dijo otro
      Así que sólo tenía una hora para salir de allí, pensó Margarita. Ya había abandonado la esperanza de que alguien la rescatase. El águila roja no la salvaría esta vez. Estaba demasiado lejos de su alcance. Quizá ni siquiera sabía que se la habían llevado. Tenía los ojos cerrados, pero percibía la potente luz del sol a través de ellos. Seguían acarreándola, y pronto la luz desapareció. Ya estaba dentro del barco. Al cabo de unos minutos pararon y la dejaron recostada sobre una superficie blanda e incómoda.
- ¿Sigue drogada?- preguntó el francés a Saíd, el intérprete.
- Sí.
- Enciérrala con llave- ordenó- subiremos arriba para asegurarnos de que el equipaje no sufre ningún daño.

     Margarita esperó a que la puerta se cerrase. Intentó incorporarse, lo cual le costó un gran esfuerzo. Suspiró fuertemente. A su espalda había una pequeña ventana circular. Se asomó a ella. 


Era precioso, el mar azul y calmo. Siempre quiso vivir cerca del mar… pero ahora deseaba estar lo más lejos de allí como fuera posible. Se puso manos a la obra, dentro de lo que le permitían sus menguadas fuerzas. Buscó dentro del camarote algún objeto largo y fino que pudiera ayudarla a salir de allí. Era una experta en cerraduras, no en vano había sido una ladrona, durante los años que convivió con Víctor, su marido.
- Sí…lo encontré.- Margarita cerró los ojos con fuerzas dando gracias por haber tenido suerte por una vez.
      Un largo y fino abrecartas con empuñadura de marfil, estaba sobre la mesa, totalmente para ella, por obra y gracia divina.
      Lo utilizó con soltura, introduciéndolo en la cerradura. Jugó con su muñeca, girándola a un lado y a otro con sumo cuidado. Debía tener paciencia, no lo lograría si se dejaba llevar por los nervios y la presión.
- Un poco más…. Síiiii- la puerta se abrió con un repentino “crack”.
      Esta era su última oportunidad, tenía que conseguirlo. Corrió por el largo pasillo oscuro que la había conducido a aquel camarote. Subió unas escalerillas que daban paso a la cubierta desde donde podía escucharse un gran ajetreo. Con sumo cuidado asomó su cabeza al exterior y comenzó a avanzar. Había muchos bultos en cubierta que estaban intentando ordenar y trasladar. No veía a sus captores, era el momento de salir de allí. Avanzó unos pasos, primero lentamente y después aligerando el paso, ya pocos metros la separaban de la pasarela de acceso al barco. Ya estaba allí. No pudo frenar el impulso de salir corriendo.
- Ehhhh,- gritó un marinero- ¿No es esa la mujer enferma?

       Saíd que se encontraba en la cubierta supervisando el equipaje, escuchó al hombre y fue rápidamente a por ella. Margarita se lanzó en picado por la pasarela intentando sortear a la gente que seguía subiendo por ella. Saíd la rozó por un momento. No tenía escapatoria, así que Margarita se lanzó al agua a la desesperada.


     El hombre saltó tras ella y nadó hasta alcanzarla. El agua estaba fría, y en su lucha con aquel hombre había tragado mucha. Tosía fuertemente mientras varias personas los sacaban del agua.
- ¿Se puede saber qué está pasando? ¿Qué es este alboroto?- reclamó el capitán del barco.
- Es mi hermana- respondió Saíd- está enferma y enajenada.
- Nooo, gritaba Margarita, soy una mujer libre, me ha secuestrado, por favor ayúdenme. Me llamo Margarita- seguía gritando a la muchedumbre que se apelotonaba a su alrededor.- ¡ Margarita Hernando!.
        El francés apareció en escena. Su porte e indumentaria podrían impresionar a cualquiera. Habló con el capitán en una lengua que Margarita no pudo entender. Sea lo que fuese lo que le dijo, le convenció, y volvieron a llevarla arriba.

 Margarita gritaba, pero ya nadie le prestaba atención, la obligaron a entrar en el camarote y la ataron de pies y manos. Saíd se quedó con ella, custodiándola, ya no tendría escapatoria.
- Dentro de una hora te despedirás de Las Españas para siempre. Nunca podrás huir de Marruecos, vivirás y morirás allí, hasta que tu amo lo considere oportuno.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Si tienes algo que aportar, este es el sitio: