Capítulo 29


     En palacio todo era un descontrol. Desde la desaparición de Irene, se organizaban batidas de búsqueda día y noche, pero no habían encontrado nada desde el hallazgo de aquel pañuelo y los dos hombres muertos. Hernán comenzaba a darle vueltas a la idea de que quizá tendría que haber comprobado la identidad del hombre del barranco. Podría darle alguna pista sobre su mujer.  Aquella tarde todo estaba organizado para partir hacia Aranjuez, que era una de las poblaciones cercanas donde podrían haber huido. Porque Hernán intuía ya que Irene no había sido tomada por la fuerza y casi podría asegurar que la desaparición del jardinero no era una casualidad en toda aquella historia.

- Hernán, no puedo creer que aún no hayas encontrado a esa estúpida que tienes por esposa- exclamó Lucrecia mientras saboreaba una uva. Llevaba su largo pelo suelto cayendo en suaves bucles sobre su espalda y estaba ataviada con su bata de seda recién traída de Damasco sentada en el comedor.


- Madre- Nuño miró a Lucrecia contrariado- ¿Y si alguien le ha hecho daño?- El joven apreciaba sinceramente a la muchacha y no le gustaba oír a su madre hablar así de ella.
- ¿Nuño, has terminado de desayunar?

    El joven se levantó de la mesa entendiendo a su madre al instante. Sabía que deseaba quedarse a solas con el comisario. Lucrecia se levantó de la mesa casi deslizándose por el suelo de mármol de Carrara, seductora, coqueta, arrolladora…. Hacía varios días que no compartía el lecho con ningún hombre y aquella mañana se había propuesto seducir a Hernán. Lo echaba de menos, pues aunque le costara reconocerlo, había sido su mejor amante. En la cama se entendían a la perfección. Se acercó a él con descaro apoyándose en su varonil torso como siempre protegido por su indumentaria de cuero negro.
    Jugueteó con el cordón de la camisa que asomaba cerca de su cuello. Estaba sedienta. Era evidente que lo deseaba y él lo sabía, la conocía demasiado bien. Él también la echaba de menos, todos los días, a todas horas. Estaba casi a su merced, podría caer en sus redes con tan sólo una mirada más o un simple roce.

- Eres tan comedido Hernán, ¿También lo eras con tu esposa?, hay menos pasión entre vosotros que entre una pareja de ancianos- Lucrecia se rió sarcástica- ¿Aún no habéis consumado el matrimonio?
- ¿Estás celosa Lucrecia?- le dijo él suavemente al oído.

    Lucrecia se separó bruscamente de él.

- Ya te dije una vez que para estar celosa tendría que quererte ¿acaso no te quedó lo suficientemente claro?- volvió a sonreír pérfidamente- Para tu información la mosquita muerta de tu esposa no ha necesitado estar contigo para probar las mieles del deseo….Lo que no hizo contigo, ya lo hizo con otro hombre…nuestro jardinero- volvió a reírse, esta vez divertida, mientras se mordía el labio inferior y jugueteaba con uno de sus bucles. Es una pena que se haya ido, a mí también me gustaría probarlo.

- No todas las mujeres son como tú, Lucrecia- dijo él intentando ofenderla.


- Vaya Hernán, qué escrupuloso te has vuelto con los años, es una pena…con lo bien que nos lo pasábamos juntos, ¿acaso has olvidado que venías todos los días a mi cama?
- ¿Me echas de menos Lucrecia?- él la miró con una media sonrisa y ella respondió a su mirada dolida, con una mezcla contradictoria de odio y anhelo- Tú fuiste la que me dijiste que no podía ser…Ya sabes lo que siento, pero si hay algo de lo que me enorgullezco es de que tengo dignidad, no compartiré a mi mujer con nadie.
- Bla, bla, bla ¿Hablas de Irene?

     Obviamente el comisario se refería a ella, Irene para él era sólo un negocio, nada más.
- Siento recordarte querido, que ahora mismo debe estar retozando con nuestro jardinero. No parece que tengas mucha suerte con las mujeres ¿no crees?- Le hizo un gesto de despedida y se marchó irritada por el rechazo de Hernán.

     Hernán la miró hasta que desapareció. Aquella mujer lo estaba volviendo loco. ¿Acaso no podrían ser sinceros el uno con el otro alguna vez? Llevaba toda la vida enamorado de ella, incluso antes de que se casara con el marqués. Estaba seguro de que le importaba, a pesar de sus constantes desplantes, pero parecía que nada ni nadie conseguía ablandar su corazón. No era una mujer al uso, quizá por eso estaba tan loco por ella. Una mujer indomable sin lugar a dudas. Pensó de nuevo en Irene, tan distinta a ella en todos los aspectos, dulce, frágil, influenciable. Lucrecia no estaba falta de razón en lo que le había dicho. El jardinero y ella habían tenido algo. No era algo que le importase demasiado, como minutos antes había dicho, Irene sólo era un negocio. Por eso la necesitaba, el cardenal podría hundirlo si no la encontraba antes de su vuelta.       
       Aún tenía tiempo, se guardaba un as bajo la manga. Floro.

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