En palacio
todo era un descontrol. Desde la desaparición de Irene, se organizaban
batidas de búsqueda día y noche, pero no habían encontrado nada desde el
hallazgo de aquel pañuelo y los dos hombres muertos. Hernán comenzaba a
darle vueltas a la idea de que quizá tendría que haber comprobado la
identidad del hombre del barranco. Podría darle alguna pista sobre su
mujer. Aquella tarde todo estaba organizado para partir hacia Aranjuez, que
era una de las poblaciones cercanas donde podrían haber huido. Porque
Hernán intuía ya que Irene no había sido tomada por la fuerza y casi podría
asegurar que la desaparición del jardinero no era una casualidad en toda
aquella historia.
- Hernán, no
puedo creer que aún no hayas encontrado a esa estúpida que tienes por
esposa- exclamó Lucrecia mientras saboreaba una uva. Llevaba su largo pelo
suelto cayendo en suaves bucles sobre su espalda y estaba ataviada con su bata de
seda recién traída de Damasco sentada en el comedor.
- Madre- Nuño
miró a Lucrecia contrariado- ¿Y si alguien le ha hecho daño?- El joven
apreciaba sinceramente a la muchacha y no le gustaba oír a su madre hablar así de
ella.
- ¿Nuño, has
terminado de desayunar?
El joven se
levantó de la mesa entendiendo a su madre al instante. Sabía que deseaba
quedarse a solas con el comisario. Lucrecia se levantó de la mesa casi
deslizándose por el suelo de mármol de Carrara, seductora, coqueta, arrolladora….
Hacía varios días que no compartía el lecho con ningún hombre y aquella
mañana se había propuesto seducir a Hernán. Lo echaba de menos, pues aunque le
costara reconocerlo, había sido su mejor amante. En la cama se entendían a
la perfección. Se acercó a él con descaro apoyándose en su varonil torso
como siempre protegido por su indumentaria de cuero negro.
Jugueteó con
el cordón de la camisa que asomaba cerca de su cuello. Estaba sedienta. Era
evidente que lo deseaba y él lo sabía, la conocía demasiado bien. Él
también la echaba de menos, todos los días, a todas horas. Estaba casi a su
merced, podría caer en sus redes con tan sólo una mirada más o un simple roce.
- Eres tan
comedido Hernán, ¿También lo eras con tu esposa?, hay menos pasión entre
vosotros que entre una pareja de ancianos- Lucrecia se rió sarcástica-
¿Aún no habéis consumado el matrimonio?
- ¿Estás
celosa Lucrecia?- le dijo él suavemente al oído.
Lucrecia se
separó bruscamente de él.
- Ya te dije
una vez que para estar celosa tendría que quererte ¿acaso no te quedó lo
suficientemente claro?- volvió a sonreír pérfidamente- Para tu información la
mosquita muerta de tu esposa no ha necesitado estar contigo para probar
las mieles del deseo….Lo que no hizo contigo, ya lo hizo con otro hombre…nuestro
jardinero- volvió a reírse, esta vez divertida, mientras se mordía el
labio inferior y jugueteaba con uno de sus bucles. Es una pena que se haya ido, a
mí también me gustaría probarlo.
- No todas las
mujeres son como tú, Lucrecia- dijo él intentando ofenderla.
- Vaya Hernán,
qué escrupuloso te has vuelto con los años, es una pena…con lo bien que
nos lo pasábamos juntos, ¿acaso has olvidado que venías todos los días a mi
cama?
- ¿Me echas de
menos Lucrecia?- él la miró con una media sonrisa y ella respondió a su
mirada dolida, con una mezcla contradictoria de odio y anhelo- Tú fuiste la
que me dijiste que no podía ser…Ya sabes lo que siento, pero si hay algo de lo
que me enorgullezco es de que tengo dignidad, no compartiré a mi mujer con
nadie.
- Bla, bla,
bla ¿Hablas de Irene?
Obviamente el
comisario se refería a ella, Irene para él era sólo un negocio, nada más.
- Siento
recordarte querido, que ahora mismo debe estar retozando con nuestro
jardinero. No parece que tengas mucha suerte con las mujeres ¿no crees?- Le
hizo un gesto de despedida y se marchó irritada por el rechazo de Hernán.
Hernán la miró
hasta que desapareció. Aquella mujer lo estaba volviendo loco. ¿Acaso
no podrían ser sinceros el uno con el otro alguna vez? Llevaba toda la vida
enamorado de ella, incluso antes de que se casara con el marqués.
Estaba seguro de que le importaba, a pesar de sus constantes desplantes,
pero parecía que nada ni nadie conseguía ablandar su corazón. No era una mujer
al uso, quizá por eso estaba tan loco por ella. Una mujer indomable sin
lugar a dudas. Pensó de nuevo en Irene, tan distinta a ella en todos los
aspectos, dulce, frágil, influenciable. Lucrecia no estaba falta de razón en lo
que le había dicho. El jardinero y ella habían tenido algo. No era algo que le
importase demasiado, como minutos antes había dicho, Irene sólo era un
negocio. Por eso la necesitaba, el cardenal podría hundirlo si no la encontraba
antes de su vuelta.
Aún tenía tiempo, se guardaba un as bajo la manga. Floro.
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