Capítulo 30


      La señora de las castañas se llamaba Manuela, y condujo a Gonzalo a través de calles estrechas hacia su propia casa, que estaba situada en un barrio alejado del centro y del puerto, al que denominaban barrio de la viña. Era un lugar en el que habitaban en su mayoría pescadores y gente humilde. En el camino, Manuela le contó a Gonzalo que se había casado muy jovencita con un joven y apuesto pescador.
-Casi, casi tan guapo como usted, joven.
        Si no hubiese sido tan mayor, cualquiera diría que le estaba tirando los tejos.

     Pronto quedó viuda, y con una hija, Rosario. Su hija también había fallecido en una de las epidemias más crueles de peste que se recordaban en la zona, dejando a su vez a su cargo a su nieta Ana María con ella. Había trabajado mucho desde jovencita, primero como aguadora, lo cual aprendió de su padre, repartía agua entre los vecinos todos los días con su burro “Perico”.
Pero no era suficiente para sobrevivir, así que pronto comenzó con el puesto de castañas, que resultó ser un negocio de lo más divertido, según sus propias palabras. Allí se enteraba de todo, los trapicheos, los amoríos de los marineros, así como sus alegrías y sus penas.

- En el puerto he aprendido muchísimas cosas, sobre otras culturas, costumbres, y formas de vida.- le contaba Manuela mientras abría la puerta de su casa.- Además de otros muchos chismes y cotilleos- rió por lo bajo.

     La casa era muy pequeña, con una cocina, y dos estancias. Estaba limpia y ordenada y era muy luminosa. Tenían lo justo para vivir. Gonzalo la escuchaba, esperando pacientemente la explicación de la señora sobre el destino de aquel barco. No quería presionarla, aunque estaba desesperado por conocer el paradero de Margarita.

- Te quedarás en esa habitación, mi niña y yo dormimos siempre juntas, tenemos esa habitación vacía, la utilizamos para cuando viene la poca familia que nos queda- dijo ella, plenamente segura de que él no rehusaría.
- Manuela, se lo agradezco mucho, pero no tiene por qué…además espero irme lo antes posible…  

     La anciana lo interrumpió.
- No hay más que hablar, además tendrás que esperar una semana a que vuelva el barco…
- ¿Cómo?- preguntó Gonzalo incrédulo- ¿Una semana?, no puedo esperar tanto tiempo, debe haber alguna forma de llegar antes a donde la lleven.
- Joven, no hay más remedio que esperar. Siéntate, te contaré todo lo que sé sobre el barco en el que se han llevado a tu muchacha, y, mientras, te prepararé una tortilla de papas que te vas a chupar los dedos.
     La mujer comenzó a trastear en la cocina, sacó un cuenco grande, un cuchillo bien afilado y varias patatas y comenzó a cortarlas mientras le explicaba todos los detalles de los que era conocedora.
- A tu muchacha se la han llevado a Salé la Nueva, a la que también llaman la “República de las dos orillas”.
- He oído algo de ese lugar- la interrumpió Gonzalo- los barcos no pueden acercarse, la zona está totalmente controlada por corsarios…


- Muy bien joven, es usted muy listo, - la anciana prosiguió admirada por aquel hombre tan apuesto e inteligente- son “piratas berberiscos”, he visto muchas cosas durante mis casi ochenta años, mucho sufrimiento, gente que ha sido expulsada de aquí como animales, buena gente en su mayoría, a la que han prejuzgado por su religión y su cultura. Siguen llegando de todas partes, de todos los territorios, pero hubo una época en la que llegaban caravanas diarias, eran metidos en los barcos casi como ganado…. Dicen que esos mismos hombres se hicieron piratas, muchos eran de Hornachos, supongo que lo conocerás…- Gonzalo asintió- Fueron los que salieron mejor parados, ya que pudieron llevarse parte de sus bienes al marcharse voluntariamente, pero la gran mayoría siempre han sido moriscos expulsados con las manos vacías, sin bienes y sin honra y que , por supuesto, buscan venganza en la piratería. El capitán del barco que se llevó a tu muchacha es uno de ellos, y se ha buscado las papas para moverse por medio mundo como Pedro por su casa, ¿tú me entiendes no?- no le dio oportunidad de responder.- Desde hace más de un año, hace siempre el mismo trayecto de Cádiz a Salé, ida y vuelta. En realidad es un barco pirata. Todo está encubierto, pero en cuanto salen a alta mar, sacan su bandera y cometen todas las tropelías de las que son capaces...
- ...Evaden la justicia tratando con mercancías legales, sobornando a algunos poderosos, y con otros métodos bastante sucios. Es intocable, nadie se atreve a denunciarlo.

      Gonzalo la miró concentrado en todo lo que aquella mujer le estaba contando. Comenzaba a darse cuenta de a qué se enfrentaba. No podría llegar al puerto de Salé a no ser que tomase el mismo barco que Margarita. Y debía hacerlo de forma encubierta. La mujer respondió a sus cavilaciones.
- Sólo podrás llegar allí como polizón. No deben saber que estás en el barco. Joven, será muy peligroso.- La señora lo miró con sinceridad.
- No se preocupe, sabré cuidarme.- Gonzalo le sonrió amablemente.
- Se han llevado a muchas jóvenes a ese lugar a la fuerza, pero algunas son regalos personales para un hombre muy poderoso, que manda en aquella tierra.


- ¿Me está hablando usted de un harén?
- ¡Sí, eso es!…de verdad que me impresionas joven, ¿a qué te dedicas?
- Soy maestro de escuela- respondió Gonzalo
- Ya, ya decía yo…- la anciana prosiguió- aunque allí hay varios hombres poderosos que pagan grandes sumas de dinero por tener decenas de esclavas…creo que tu muchacha es para ese hombre…, como te decía, el mandamás de ese lugar; lo llaman el Diwán o cabildo y vive en una fortaleza, y bueno…eso…, que es un hombre caprichoso que necesita estar constantemente rodeado de las más bellas mujeres. Las hace llegar de todas las partes del mundo, pero…es un hombre muy exigente, que se cansa pronto de las mujeres que llegan a su colección personal- la anciana se interrumpió mirándolo con preocupación.

- Dígame todo lo que sepa, por favor, necesito saberlo todo para poder recuperarla- Gonzalo la tomó de las manos y le insistió con la mirada.
- Joven, ¿le han dicho alguna vez que tiene una mirada hipnótica?- Gonzalo sonrió con ganas.
- No- contestó sonriéndole, mientras seguía esperando una respuesta.
- Dicen que es un asesino, que ninguna de las chicas dura lo suficiente como para contarlo…

       Gonzalo agachó su cabeza, aquella rabia volvía una y otra vez a hostigarlo insistentemente, como una ponzoña que se adentra lentamente en el cuerpo aturdiendo los sentidos sin posibilidad de control. ¿Cuántas veces había tenido que sacar a Margarita de un apuro, desde que llegó a la villa? ¿Cuántas veces había estado a un segundo de perder la vida? Y ahora debía confiar en que sobreviviese lo necesario para que él llegase a aquel puerto. Pasaría más de una semana hasta que llegase… ¿Podría ella aguantar viva una semana?

- Tu muchacha fue muy valiente al intentar saltar del barco- dijo la anciana, como si pudiese leerle el pensamiento- si la hubieses visto, habrías estado orgulloso de ella. Luchó como una leona.

      La señora se había levantado con cierta dificultad y ahora le apretaba el hombro con sus  nudosas manos intentando confortarle. Fue a echar las patatas y los huevos a la sartén que ya tenía al fuego. Gonzalo levantó la cabeza con la mirada nublada e intentó disimular el estado en el que se encontraba.


- No te avergüences de derramar lágrimas por una mujer- exclamó ella de espaldas a él- ¿Sabes? Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal, está en nuestras lágrimas y en el mar…- Voy a ayudarte...soy una mujer que se encuentra en el ocaso de su vida, no me queda mucho por hacer ya, así que algo de aventura para poner fin a mi historia no me vendrá mal. Lo difícil no será entrar en el barco, conozco el momento apropiado para que lo hagas, lo complicado será salir de allí sin llamar la atención. Me dedicaré a que no suponga un problema para tí durante esta semana.
- ¿Qué piensa hacer?- le preguntó Gonzalo totalmente conmovido por aquella mujer.
- Coser…

      Manuela era muy popular entre los vecinos del barrio por ser una de las mejores costureras de la ciudad. Hacía maravillosos trajes que los ciudadanos utilizaban en la popular fiesta que denominaban “carnaval”. Había visto el tipo de indumentaria que utilizaban los hombres que viajaban a aquel lugar al que se dirigía la muchacha secuestrada, y ya tenía en mente todo lo que necesitaría para que el joven pasase desapercibido. Tenía una semana, poco tiempo, aunque suficiente para sus cansadas pero no menos hábiles manos.

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