La señora de
las castañas se llamaba Manuela, y condujo a Gonzalo a través de calles
estrechas hacia su propia casa, que estaba situada en un barrio alejado del
centro y del puerto, al que denominaban barrio de la viña. Era un lugar en el
que habitaban en su mayoría pescadores y gente humilde. En el camino,
Manuela le contó a Gonzalo que se había casado muy jovencita con un joven y
apuesto pescador.
-Casi, casi
tan guapo como usted, joven.
Si no hubiese
sido tan mayor, cualquiera diría que le estaba tirando los tejos.
Pronto quedó
viuda, y con una hija, Rosario. Su hija también había fallecido en una de las
epidemias más crueles de peste que se recordaban en la zona, dejando a su
vez a su cargo a su nieta Ana María con ella. Había trabajado mucho desde
jovencita, primero como aguadora, lo cual aprendió de su padre,
repartía agua entre los vecinos todos los días con su burro “Perico”.
Pero no era
suficiente para sobrevivir, así que pronto comenzó con el puesto de castañas,
que resultó ser un negocio de lo más divertido, según sus propias palabras. Allí
se enteraba de todo, los trapicheos, los amoríos de los marineros, así
como sus alegrías y sus penas.
- En el puerto
he aprendido muchísimas cosas, sobre otras culturas, costumbres, y
formas de vida.- le contaba Manuela mientras abría la puerta de su
casa.- Además de otros muchos chismes y cotilleos- rió por lo bajo.
La casa era
muy pequeña, con una cocina, y dos estancias. Estaba limpia y ordenada y era
muy luminosa. Tenían lo justo para vivir. Gonzalo la escuchaba,
esperando pacientemente la explicación de la señora sobre el destino de
aquel barco. No quería presionarla, aunque estaba desesperado por conocer el
paradero de Margarita.
- Te quedarás
en esa habitación, mi niña y yo dormimos siempre juntas, tenemos esa
habitación vacía, la utilizamos para cuando viene la poca familia que nos queda-
dijo ella, plenamente segura de que él no rehusaría.
- Manuela, se
lo agradezco mucho, pero no tiene por qué…además espero irme lo antes
posible…
La anciana lo interrumpió.
- No hay más
que hablar, además tendrás que esperar una semana a que vuelva el
barco…
- ¿Cómo?-
preguntó Gonzalo incrédulo- ¿Una semana?, no puedo esperar tanto tiempo, debe
haber alguna forma de llegar antes a donde la lleven.
- Joven, no
hay más remedio que esperar. Siéntate, te contaré todo lo que sé sobre el barco
en el que se han llevado a tu muchacha, y, mientras, te prepararé una
tortilla de papas que te vas a chupar los dedos.
La mujer
comenzó a trastear en la cocina, sacó un cuenco grande, un cuchillo bien afilado y
varias patatas y comenzó a cortarlas mientras le explicaba todos los
detalles de los que era conocedora.
- A tu
muchacha se la han llevado a Salé la
Nueva , a la que también llaman la “República de
las dos orillas”.
- He oído algo
de ese lugar- la interrumpió Gonzalo- los barcos no pueden acercarse, la
zona está totalmente controlada por corsarios…
- Muy bien
joven, es usted muy listo, - la anciana prosiguió admirada por aquel hombre
tan apuesto e inteligente- son “piratas berberiscos”, he visto muchas cosas
durante mis casi ochenta años, mucho sufrimiento, gente que ha sido
expulsada de aquí como animales, buena gente en su mayoría, a la que han
prejuzgado por su religión y su cultura. Siguen llegando de todas partes, de
todos los territorios, pero hubo una época en la que llegaban caravanas
diarias, eran metidos en los barcos casi como ganado…. Dicen que esos mismos
hombres se hicieron piratas, muchos eran de Hornachos, supongo que lo
conocerás…- Gonzalo asintió- Fueron los que salieron mejor parados, ya que pudieron llevarse
parte de sus bienes al marcharse voluntariamente, pero la gran
mayoría siempre han sido moriscos expulsados con las manos vacías, sin bienes y
sin honra y que , por supuesto, buscan venganza en la piratería. El capitán del
barco que se llevó a tu muchacha es uno de ellos, y se ha buscado las papas para
moverse por medio mundo como Pedro por su casa, ¿tú me entiendes no?-
no le dio oportunidad de responder.- Desde hace más de un año, hace
siempre el mismo trayecto de Cádiz a Salé, ida y vuelta. En realidad es un
barco pirata. Todo está encubierto, pero en cuanto salen a alta mar, sacan su
bandera y cometen todas las tropelías de las que son capaces...
- ...Evaden la
justicia tratando con mercancías legales, sobornando a algunos poderosos, y
con otros métodos bastante sucios. Es intocable, nadie se atreve a denunciarlo.
Gonzalo la
miró concentrado en todo lo que aquella mujer le estaba contando.
Comenzaba a darse cuenta de a qué se enfrentaba. No podría llegar al puerto de
Salé a no ser que tomase el mismo barco que Margarita. Y debía hacerlo de
forma encubierta. La mujer respondió a sus cavilaciones.
- Sólo podrás
llegar allí como polizón. No deben saber que estás en el barco. Joven, será
muy peligroso.- La señora lo miró con sinceridad.
- No se
preocupe, sabré cuidarme.- Gonzalo le sonrió amablemente.
- Se han
llevado a muchas jóvenes a ese lugar a la fuerza, pero algunas son regalos
personales para un hombre muy poderoso, que manda en aquella tierra.
- ¿Me está
hablando usted de un harén?
- ¡Sí, eso
es!…de verdad que me impresionas joven, ¿a qué te dedicas?
- Soy maestro
de escuela- respondió Gonzalo
- Ya, ya decía
yo…- la anciana prosiguió- aunque allí hay varios hombres poderosos que
pagan grandes sumas de dinero por tener decenas de esclavas…creo
que tu muchacha es para ese hombre…, como te decía, el mandamás de
ese lugar; lo llaman el Diwán o cabildo y vive en una fortaleza, y bueno…eso…,
que es un hombre caprichoso que necesita estar constantemente
rodeado de las más bellas mujeres. Las hace llegar de todas las partes del
mundo, pero…es un hombre muy exigente, que se cansa pronto de las
mujeres que llegan a su colección personal- la anciana se interrumpió
mirándolo con preocupación.
- Dígame todo
lo que sepa, por favor, necesito saberlo todo para poder recuperarla-
Gonzalo la tomó de las manos y le insistió con la mirada.
- Joven, ¿le
han dicho alguna vez que tiene una mirada hipnótica?- Gonzalo sonrió con
ganas.
- No- contestó sonriéndole, mientras seguía esperando una respuesta.
- No- contestó sonriéndole, mientras seguía esperando una respuesta.
- Dicen que es
un asesino, que ninguna de las chicas dura lo suficiente como para contarlo…
Gonzalo agachó
su cabeza, aquella rabia volvía una y otra vez a hostigarlo insistentemente,
como una ponzoña que se adentra lentamente en el cuerpo aturdiendo los
sentidos sin posibilidad de control. ¿Cuántas veces había tenido que sacar a
Margarita de un apuro, desde que llegó a la villa? ¿Cuántas veces había estado a
un segundo de perder la vida? Y ahora debía confiar en que sobreviviese
lo necesario para que él llegase a aquel puerto. Pasaría más de una semana
hasta que llegase… ¿Podría ella aguantar viva una semana?
- Tu muchacha
fue muy valiente al intentar saltar del barco- dijo la anciana, como si
pudiese leerle el pensamiento- si la hubieses visto, habrías estado orgulloso de
ella. Luchó como una leona.
La señora se
había levantado con cierta dificultad y ahora le apretaba el hombro con sus nudosas manos intentando confortarle. Fue a echar las patatas y los
huevos a la sartén que ya tenía al fuego. Gonzalo levantó la cabeza con la
mirada nublada e intentó disimular el estado en el que se encontraba.
- No te
avergüences de derramar lágrimas por una mujer- exclamó ella de espaldas a él-
¿Sabes? Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal, está en nuestras
lágrimas y en el mar…- Voy a ayudarte...soy una mujer que se encuentra en
el ocaso de su vida, no me queda mucho por hacer ya, así que algo de
aventura para poner fin a mi historia no me vendrá mal. Lo difícil no será entrar en
el barco, conozco el momento apropiado para que lo hagas, lo complicado
será salir de allí sin llamar la atención. Me dedicaré a que no suponga un
problema para tí durante esta semana.
- ¿Qué piensa
hacer?- le preguntó Gonzalo totalmente conmovido por aquella mujer.
- Coser…
Manuela era
muy popular entre los vecinos del barrio por ser una de las mejores
costureras de la ciudad. Hacía maravillosos trajes que los ciudadanos utilizaban en
la popular fiesta que denominaban “carnaval”. Había visto el tipo de
indumentaria que utilizaban los hombres que viajaban a aquel lugar al que se dirigía
la muchacha secuestrada, y ya tenía en mente todo lo que necesitaría
para que el joven pasase desapercibido. Tenía una semana, poco tiempo, aunque
suficiente para sus cansadas pero no menos hábiles manos.
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