Margarita
jamás había viajado en barco, por lo que aquel viaje de más de tres días fue para
ella un infierno en más de un sentido. El francés, que respondía al nombre de
Emile Marchant, le había obligado a comer a la fuerza para, tal como él mismo
le dijo, “no disminuir el valor de la mercancía”. Debía estar bella para
aquel hombre al que pensaban regalarla. Margarita dudaba que pudiera ser
posible estar hermosa en una situación así, y haría lo posible por contrariar a
aquellos hombres, así que casi se alegraba de haber pasado la mitad del
viaje vomitando todo lo que ingería.
No había salido del camarote, excepto en
contadas ocasiones, para que, como también había dicho Emile, “le diera el
aire fresco y no perdiese su fantástico tono de piel”. Ahora el viaje parecía
que había llegado a su fin, a juzgar por el constante movimiento casi frenético
de los marineros en cubierta. Saíd la sacó del camarote para enseñarle su
nuevo hogar.
- Ven conmigo
mujer- dijo Saíd, verás las estrellas brillar sobre África y la luna alzarse
sobre la ciudad que será tu hogar.
Le envolvió la cabeza y la frente con un
trozo de tela y la dejó sólo con los ojos a la vista de la
tripulación
del barco. Margarita se preguntó, por qué hacía algo así, pues jamás había
escondido su rostro antes. Recorrieron la
nave en toda su largura, mientras los marineros trajinaban con las velas que
chasqueaban en los mástiles mayores.
El cielo estaba totalmente negro, y la
luna y las estrellas brillaban en todo su esplendor. Una estrella brillaba más
que todas las demás, sobresaliendo por encima del resto.
- Es Al-
Shira, la estrella que predice las inundaciones de nuestra tierra.
Margarita
sabía perfectamente cómo se llamaba aquella estrella, Gonzalo se lo había
explicado cuando eran unos niños, pero él la había llamado Sirio, la estrella del
perro. Se recordó a sí misma sentada sobre el tejado de su casa, donde a veces
pasaban su tiempo libre mirando al cielo estrellado. Él le explicaba
muchas historias, mitos y leyendas de la antigüedad, hasta que le señaló aquella
estrella.
- ¡Mira
Margarita!- le susurró, con voz misteriosa- esa es Sirio, la estrella que más brilla en
el firmamento. ¿Verdad que es hermosa?
- Es preciosa-
respondió ella asombrada por todo lo que sabía aquel niño.
- Aún siendo
la más brillante, jamás podrá igualarse a ti, ni competir contigo- el niño la miró
fijamente a los ojos y le sonrió- en mi cielo, tú eres la estrella más
resplandeciente.
Aquel jovencísimo Gonzalo, bajó su mirada hacia los labios de
ella, apartó uno de los bucles que enmarcaban su rostro y la besó por primera
vez. Era un beso dulce, como el caramelo, tierno y suave como el algodón. El
beso de un niño.
Margarita se
sintió tremendamente conmovida por aquel recuerdo. Jamás volvería a
verle. Aquel lugar al que la habían llevado se convertiría en su tumba, y
aquella estrella, sería fiel espectadora de su final.
El viento empujaba el
barco hacia tierra firme. Ya no había escapatoria.
- Eso es
Jezirat- al- Magrhib, Marruecos, mi casa y mi hogar.
Aquel hombre parecía estar
enfebrecido, resultaba estremecedor sentir la pasión que denotaban sus
palabras. Saíd era un enamorado de aquella tierra.
Poco a poco se
fue perfilando el contorno de los acantilados, la ancha desembocadura
de un río y una alta y estrecha torre, cuyos azulejos color turquesa
relumbraban fulgurantes con la luz de la luna.
- Tu destino
será el margen derecho del río, Sla el-Djedid, Salé la nueva.- Unas luces
destellaron desde lo alto de la torre.- Ya saben que hemos llegado, han reconocido
nuestra nave. Ningún otro barco se atrevería a entrar aquí. Ahora
atravesaremos el río Bou-Regreg. ¡Vamos, volvemos abajo!- Said la condujo de
nuevo al camarote, donde la esperaba Emile.
- Quítate esa ropa de nazarena y
ponte esto.- Le lanzó una túnica completamente negra, al igual que la tela con la
que le había cubierto el rostro.- Tenemos prisa, ¡desvístete!
- No pienso
hacerlo delante de ustedes- respondió Margarita con coraje.
Los hombres
rieron con ganas, mientras la miraban expectantes.
- De nada te
vale ser pudorosa, más vale que te vayas acostumbrando.- Sin embargo, salieron del camarote y la dejaron vestirse a solas.
Minutos
después la sacaban del barco, atada de nuevo de pies y manos, con la suficiente
holgura entre sus tobillos para que pudiera caminar, aunque sin posibilidad de
salir corriendo. Además del velo que la cubría, le colocaron un saco en la
cabeza para que no pudiera ver hacia donde la conducían. Se sintió empujada por
un buen rato. En el camino percibía distintos olores, poco conocidos,
debían ser distintas especias que utilizaban en aquella tierra para cocinar. Así
mismo escuchaba diferentes conversaciones, algunas podía entenderlas
pues mucha gente hablaba en castellano, mientras que en otros casos no
lograba comprender lo que decían, pues hablaban en un dialecto desconocido
para ella, algo gangoso e ininteligible.
De repente
pararon y se sintió lanzada contra el suelo. Saíd le quitó el saco y se encontró
rodeada de mujeres, niños y hombres, hacinados en una especie de calabozo.
Todos vestían aquellos ropajes negros con los que ella había sido vestida,
aunque mucho más sucios y harapientos.
- Aquí termina
nuestro largo viaje juntos, espero que lo hayas disfrutado- le dijo Saíd con
sorna.
Cerraron
fuertemente la verja tras la cual pudo ver como Emile conversaba con una
especie de guardia que custodiaba aquel lugar. El olor que destilaba aquel espacio
volvió a producirle las tan temidas nauseas experimentadas en el viaje. Olía
a orín, y a heces. Allí nadie hablaba, parecían muertos vivientes.
Finalmente sus
captores se marcharon. Emile ni siquiera se despidió de ella, obviamente eso
no le importaba en absoluto, simplemente se fue, con un semblante
triunfante.
Margarita
observó a la gente, observó sus caras en la penumbra. La miraban con ojos
vacíos, no parecían tener ningún tipo de interés en su llegada. Ella necesitaba que
alguien le explicase qué era aquel lugar.
- ¡Por favor!-
suplicó a la gente- ¿Alguien puede decirme qué es este lugar?- parecía que
nadie quería o podía responderle.- ¡Por favor!- insistió ella.
Tras unos
segundos de silencio, en el que sólo podía escuchar el constante gemido de la
gente y el monótono llanto de unos niños, un hombre le contestó.
- Muchacha,
este es el infierno- le respondió. Margarita siguió el sonido de su voz hasta
encontrarlo, y se sentó en cuclillas hasta ponerse a su altura para poder hablar
con él.
- ¿Por qué nos
tienen aquí?- le preguntó a aquel hombre demacrado y profundamente
agotado.
- Algunos
serán subastados como esclavos, y otros exterminados. Yo estoy en el segundo
grupo…reza porque tú pertenezcas al primero. Pareces una mujer hermosa, puede
que te lleven a una rica casa.
Aquel hombre
le contó que era un monje, que había estado en las misiones de las Américas y
que había sido capturado por un barco pirata cuando ofrecía sumisa a la
gente que acudía a su pequeña Iglesia. Aunque pareciese algo extraño, los
piratas no sólo operaban en alta mar. Se los llevaron a todos. Mujeres,
niños, enfermos. Habían atravesado el Atlántico, en un viaje que duró más de
dos meses. Muchos habían muerto, y otros yacían atrapados por grilletes a
sus tobillos, enfermos en el sótano del barco y envueltos en sus propias heces.
A los muertos los arrojaban al agua. Algunas jóvenes fueron ultrajadas y
devueltas a aquel sótano, donde no volvieron a articular palabra.
Ahora esperaban
a conocer su destino. Pertenezco a la orden de los Agustinos, salí de La Villa de Madrid hace ya más
de quince años. Margarita le contó que ella también
era de allí.
-¡Qué
casualidad!- dijo él apesadumbrado. Somos paisanos y hemos tenido que venir a
coincidir justo en este diabólico lugar.
No hablaron
más, pues aquel hombre estaba exhausto y un poco ido. Margarita no
quiso agotar las pocas fuerzas que le quedaban en una conversación a
todas vistas estéril.
Pudo pasar
aproximadamente una hora, cuando dos mujeres totalmente cubiertas de
negro, al igual que ella, vinieron a buscarla.
- ¿A dónde me
llevan?- exigió saber ella- ¡Nooo!- intentó zafarse de sus manos como garras.
- ¡Suerte
joven!- escuchó decir al monje a sus espaldas.
Ninguna de las
dos mujeres le contestó. Volvieron a taparle los ojos y la condujeron a
paso ligero escaleras abajo. Cuando volvieron a destaparle la cabeza, se vio
en una sala espaciosa, iluminada por varias lámparas de aceite que colgaban
de unas altas paredes de piedra. Allí, se encontraban ya varias mujeres, a las
cuales estaban desvistiendo. Estaban colocadas en fila india, y parecían estar
pasando algún tipo de inspección. Varias mujeres las custodiaban,
junto con las dos que habían ido a buscarla a ella. Una anciana señora,
destapó su rostro dejando a la vista una cara amputada con aspecto de haber sido
cruelmente quemada. Estaba sentada y tenía entre sus dedos una pluma
roja, con la que escribía en una hoja incesantemente.
- ¡Qué cruel
casualidad!- pensó Margarita- Una pluma roja…
Aquel objeto aparentemente
insignificante, habría sido motivo de alborozo en otra ocasión. Una mujer de
edad media, extremadamente delgada, con las carnes flácidas y amarillentas,
se negaba a ser desvestida. Las mujeres de negro luchaban contra ella.
Parecía mentira que aquella mujer pudiese sacar tanta fuerza de su famélico
cuerpo. La señora de la pluma roja hizo una señal a las que parecían ser
sus subordinadas. Ellas soltaron a la mujer y asintieron al instante,
obedeciendo a una enérgica orden silenciosa.
Tomaron una
fusta. Margarita supo en ese momento lo que le esperaba a esa mujer. La
azotaron sin piedad, una y otra vez, hasta que a aquella mujer no le quedaron fuerzas
para gritar.
- ¡Déjenla ya
por favor, tengan piedad de ella!- Margarita gritaba con lágrimas en los ojos
suplicando a aquellas mujeres que soltaran a aquella pobre mujer.
- ¡Cállate o
sufrirás la misma suerte que ella!- dijo una de las mujeres.
- Así que
hablan mi idioma…- pensó Margarita.
- ¡Traédmela!-
ordenó la anciana, señalando a Margarita.- Así que tú eres la mujer que nos
ha mandado el francés. Tendremos que ver si vales tanto como nos ha dicho
él.
La tomaron del
brazo y la empujaron situándola la primera de la fila.
- Quitadle la
ropa- volvió a exigir la anciana.
Margarita
sabía a lo que se exponía si ofrecía resistencia, así que apretó los puños y la
mandíbula con todas sus fuerzas, intentando controlar la rabia y la impotencia que
en aquel momento la dominaba. Entre aquellas dos mujeres, casi le
arrancaron la ropa, ella se cubrió como pudo, pero ellas le retiraron las manos de sus
pechos y la ingle. La señora se levantó dejando pluma y papel sobre la mesa.
Se acercó a ella lentamente, parecía un ave de rapiña.
- ¿Qué edad
tienes?- le preguntó bruscamente.
- Veintinueve
– respondió Margarita de mala gana.
- ¿Casada?
- Viuda- dijo
ella mirándola a la cara e intentando hacerse la fuerte.
La anciana la rodeó. Primero la miró de arriba abajo, evaluándola. La toqueteó, apretó sus carnes, como para comprobar su dureza, palpó su pecho, le apartó el pelo de la cara y observó cada centímetro de su anatomía. Incluso le hizo abrir la boca para estudiar su dentadura. Cuando parecía que había parado y que retornaría a su mesa, la anciana, con sorprendente flexibilidad para su edad se agachó casi en cuclillas y la obligó a abrir las piernas. Margarita luchó por contener el llanto. Miró hacia un lado y vio a las mujeres mirarla con compasión y terror, sabían lo que les esperaba. Cuando aquella mujer fría e impasible terminó de explorarla, se alzó de nuevo y la miró con intenso odio.
- Sí…-afirmó
con desprecio- servirá para satisfacer al cabildo.- Llevadla a los baños, y
preparadla para su llegada.
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